Por: Pedro Pablo Rodríguez
3 junio, 2022
El Maestro pasó casi la tercera parte de su vida en la ciudad de Nueva York. Primero fue una quincena en enero de 1875, cuando su barco hizo escala durante la travesía hacia México
Martí cronista y ciudadano de New York
La Habana, Cuba. – El Maestro pasó casi la tercera parte de su vida en la ciudad de Nueva York. Primero fue una quincena en enero de 1875, cuando su barco hizo escala durante la travesía hacia México.
Pasó allí todo 1880, incorporado a las labores del Comité Revolucionario Cubano, cuya presidencia asumió, designado por Calixto García, al incorporarse el general a la Guerra Chiquita.
Su mayor residencia fue desde agosto de 1881 hasta su partida a la guerra en Cuba, en febrero de 1895. Durante la primera visita curioseó por la urbe y es muy probable que haya llegado hasta la estatua de Lincoln en Union Square.
Su segundo arribo fue en pleno invierno. Con su famoso discurso en Steck Hall se ganó la admiración de los emigrados. También escribió para el semanario The Hour y el diario The Sun.
Cronista y ciudadano de Nueva York
La larga estancia de más de 14 años en Nueva York, le permitió a Martí empaparse de su cotidiano ritmo galopante, de sus multitudes de variadas naciones y culturas, y del ímpetu dominador y expansionista de los nacientes monopolios.
Se ganó la vida con un trabajo incesante que le convirtió en personalidad destacada de las letras hispanoamericanas, en el periodista cuyas Escenas norteamericanas circularon por muchos diarios y mensuarios, y contribuyeron a alertar sobre el peligro del vecino del norte para nuestros pueblos.
Fue cónsul de Uruguay, Paraguay y Argentina; dio clases de español en una escuela nocturna para adultos, animó la Sociedad Literaria Hispanoamericana; y fue el maestro querido de los muchachos negros en la Sociedad La Liga.
A veces sus letras añoraban la tranquila existencia de las sociedades del sur, pero es indudable que le halló gusto a aquella vorágine urbana.
El neoyorquino de a pie
En Nueva York, José Martí escrutó críticamente las costumbres de los magnates de los negocios, de la aristocracia del dinero; contó el drama de los inmigrantes de faenas rudas y las obreras que salían antes que el sol y regresaban al hogar en plena noche; nos estremece cuando nos habla del niño vendedor de periódicos.
También describió los funerales del general Grant y la inauguración de la estatua de la Libertad. Aprendió la historia de la ciudad y de sus barrios desde que la fundaron los holandeses.
Hablaba inglés con acento hispano, vestía traje negro y sombrero hongo. El frío aumentaba su añoranza por Cuba; renacía luego con la primavera; y el verano le sofocaba.
Echó su suerte con los pobres de la ciudad, aunque nunca dejó de ser y sentirse cubano ese curioso neoyorquino que fue José Martí.
Tomado de: Radio Reloj
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