Elisa Arteaga, La Habana
25/06/2022
Martí ha muerto, su cuerpo es huesos y polvo, no necesita homenajes, desfiles ni monumentos. (Universidad de Miami)
Nadie ha esperado más de Cuba que Martí. ¿Fue acaso error suyo de generosidad al juzgar a sus compatriotas o ha sido nuestro el fallo por no estar a la altura posible? Hace un mes reflexionaba sobre cómo convertimos a Martí en un ser omnipresente de piedra, concreto y cartón, que lejos de recordarnos todo lo bueno que estamos llamados a ser, pone de manifiesto lo hipócrita y cobarde que somos al esconder tanta miseria humana detrás del culto a su efigie. Lamentablemente, las nuevas generaciones, en vez de unción, sienten rechazo por su figura, ¿y cabría que fuera de otro modo cuando lo que han recibido son ideas falseadas de este noble difunto y un patriotismo basado en la confrontación con "el monstruo"? Martí está irremediablemente muerto y aún los cubanos nos encargamos de seguir crucificándolo todos los días, como a un mesías de las libertades civiles.
Martí ha muerto, su cuerpo es huesos y polvo, no necesita homenajes, desfiles ni monumentos. A él le hubiera bastado con una casa museo, una Cuba democrática y un pueblo libre, sobre todo estos últimos. Martí ha muerto, el mito devoró al hombre y escupió en su lugar a un ser angélico de mármol frío. Los cubanos no entendemos mucho de teología ni nos adaptamos bien a las bajas temperaturas. Martí ha muerto, lo mató Cuba, más bien su entrega al ideal de un orden más justo, lo matamos los cubanos, lo mató su hombría. Martí ha muerto, por más libros que se impriman y cuartillas que se emborronen sobre él, no volverá a la vida, a otros les toca ahora lograr la unidad, buscar la justicia. Mientras los intelectuales continúan encerrados en sus torres de marfil y los soldados y políticos acaparan todo el trigo de los campos, Martí sigue muerto.
A él le hubiera bastado con una casa museo, una Cuba democrática y un pueblo libre, sobre todo estos últimos
A Martí le sobrevive su obra escrita, reflejo del hombre extraordinario que fue. Pocos la leen directamente, otros se conforman con retazos, menos son los que la interpretan, la mayoría la usa de adorno o no la usa en lo absoluto. A Martí le sobreviven sus descendientes, los de María Mantilla, que todavía conservan pertenencias suyas como recuerdos familiares, viven en Estados Unidos y hablan inglés. A Martí le sobrevivimos los cubanos, más atribulados y cabizbajos que lo que él nos soñó. Hemos olvidado nuestra propia Historia y por tanto nuestra identidad, ensalzamos a los caudillos sin entender, aún, que "los sables cortan", nos debatimos entre dos figuras paternas diametralmente opuestas. Somos un pueblo esclavo del miedo, que huye de la Isla como rebaño en estampida, un pueblo que le ha perdido el respeto a él, a Martí, pero sobre todo, que se ha perdido el respeto a sí mismo porque permitimos que sustituyeran, con el culto idólatra a una cabeza vacía, el culto verdadero a la "dignidad plena del hombre".
Martí ha muerto y nosotros lo hemos matado. Aun así, quizá no sea demasiado tarde para intentar redimirnos de este pecado y acercarnos a su anhelada república, ya no "con todos y para el bien de todos" pero al menos "con" y "para" la mayoría. Fomentar la libertad, entablar diálogos, sacudirnos las charreteras, abolir el culto a la personalidad, incluida la del propio Apóstol, tan maltrecha, son propuestas que valdría la pena analizar y ¿por qué no? implementar de una vez por todas. Martí seguirá muerto, pero los cubanos viviremos mejor y no tendremos la tentación de culparlo y señalarlo a él como "autor intelectual" de nuestras desgracias. Que muerto aún, aunque no se le venere y acaso pocos lean y amen, merece el respeto de todos por ser un hombre de bien, por su vida digna y coherente.
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