Por Yang Fernández Madruga/Adelante
23 Septiembre 2020
CAMAGÜYEY.-Al camagüeyano Francisco Sánchez Betancourt, el Héroe Nacional, José Martí, dedicó un escrito en el periódico Patria en el mes de septiembre de 1984. En esas líneas, el Apóstol pondera la figura del independentista, un hombre que “vivió toda la guerra, por la extraña salud que da el honor, y la energía del campo libre, y el afán de hacer bien”. El 30 de agosto había fallecido “El cao”, como llamaban a ese patriota, y la pluma martiana nunca muda ante la obra de los grandes, lo retrata como si le devolviera la vida.
Una de las características físicas de este cubano, nacido el 31 de enero de 1827, en el seno de una familia acomodada de Camagüey, fue su barba tupida y bien negra que le confería el apodo del ave endémica de Cuba. Sin embargo, el autor de La Edad de Oro, elabora una estampa más acabada de las cualidades del cuerpo y el alma:
“(…) de tez tostada como nuestro maíz, con la frente vasta del entusiasmo y los pómulos recios de la voluntad, y la mirada melancólica y honda que conoce y cura de infamias del mundo (…)”.
Y en un sublime y feliz intento por resaltar la determinación y amor de Francisco por el proceso libertario, el más universal de los cubanos ilumina sus líneas cuando expresa que “(…) con mano lúcida de los que van a morir firmó el decreto de emancipación de sus semejantes”.
Sánchez Betancourt integró la Asamblea del Centro, el 26 de febrero de 1869, en Sibanicú, donde signa junto a Ignacio Agramonte Loynaz, Salvador Cisneros Betancourt, Eduardo Agramonte Piña y Antonio Zambrana Vázquez el decreto que abolía la esclavitud en el país.
La implicación de Francisco con la soberanía de su tierra era sincera y evidentes las dotes como líder. Así lo evidenció su elección como miembro de la Cámara de Representantes, en la Asamblea de Guáimaro, el 9 de abril de 1869, responsabilidad que mantuvo hasta el final de la campaña. La salud no lo acompañaba. La tuberculosis lo carcomía. Mermaba a medida que avanzaban los días, los meses, pero él no cedería a las dolencias y continuaría en la manigua junto a la familia, quienes habían renunciado ya a las riquezas para abrazar los ideales libertarios. Y refiere José Martí en el obituario:
“Por el desinterés son bellos los hombres (...)”
Sus diez hijos -cuatro hembras y seis varones-, herederos de la firme voluntad de su padre a no claudicar en la lucha y la esposa, Concepción Agramonte Boza, conocida como Concha, resultaron el mayor apoyo moral y espiritual. Ella fue una de las mujeres principeñas que cortó su cabello en señal de protesta contra el fusilamiento del independentista Joaquín de Agüero y Agüero. Además del matrimonio, los unía la convicción de que los tiempos de la colonia española, debían terminar para Cuba.
Ese pensamiento lo sostuvo en las conspiraciones de la Logia Tínima y el 4 de noviembre de 1868, tras el inicio de la Guerra de los Diez Años, al formar parte del Alzamiento de las Clavellinas que reunió a 76 insurrectos decididos a romper las cadenas de la metrópoli. Su determinación, sin dudas, queda plasmada en las palabras que José Martí le dedicara:
“Hay hombres de luz nula, que pasan por la tierra quemando y brillando, como el bólido rojo que cae desde el cielo, parecido a las almas que descienden de su propia virtud, y silban y chispean, de modo de serpiente agonizante, y hay otros de luz continua y tenue, que esplenden, como las estrellas leales, en la noche pavorosa”.
Las dificultades no faltaron en el complejo camino elegido por los Betancourt-Agramonte: en 1871, Concha y parte de la familia fue hecha prisionera por las tropas españolas en los montes de Najasa. Y el reencuentro de Francisco con su mujer no sucedió hasta concluida la contienda, en los Estados Unidos, país donde se vio obligada a emigrar junto con sus vástagos y trabajar como costurera para sobrevivir. Unida a la tragedia de la separación, se sumó la caída en combate, en 1873 de Juan, uno de sus valientes muchachos.
“Cuando se vive en villanía, no hay más que un pensamiento honrado, que ha de morder el corazón hasta que estalle y triunfe, y de quemarlo como una llaga, y de despertarlo en el reposo inmerecido (...) solo una especie de hombres puede vivir sin idea de mudarle el aire al cielo impuro, los hombres deshonrados”
Así significó nuestro Héroe Nacional, quien sabía de la estirpe del camagüeyano, de su apoyo incondicional a los preparativos de la campaña del 95’ y de la fidelidad al proceso que no renunciaría. Sánchez era todo espíritu de lucha, de vencedor. Pero la guerra contra la tuberculosis la estaba perdiendo.
El 30 de agosto de 1894, a los 67 años de edad, fallece “El cao”. No pudo presenciar el fruto de una contienda bien organizada por El Maestro, que lastimosamente fuera frustrada por el ejército norteamericano. No obstante, las personas de su índole siempre dejan una imagen a la cual recurrir. Una trozo de ejemplo que dignifica a este servidor de la patria y que si es construido por nuestro Héroe Nacional, guarda el sabor de la gloria:
“Ahora aquella mano yace inmóvil, como jurando aún, bajo el féretro cubierto de las coronas de Cuba agradecida, de su Camagüey incorrupto y reverente”.
Tomado de: Adelante
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