Por Maydelín Remón
20 de diciembre de 2021
Dicen que ciertamente fue fría la jornada del 19 de diciembre de 1889 en Nueva York. En la velada artística dedicada a los delegados a la Conferencia Panamericana en la Sociedad Literaria Hispanoamericana de aquella ciudad, José Martí volvió a encender el verbo para obrar nuevamente desde el milagro de la palabra. Y como era de esperarse, no era una pieza oratoria para cubrir formalidades en la ocasión. La historia la recordaría, remontando límites de siglos, con el nombre de Madre América.
El discurso reúne signos inequívocos de la oratoria clásica, como también del ensayo, de la poesía, de la misma narrativa, la pregunta-respuesta de un drama. Por su eclecticismo sería de muy complicada clasificación. Igualmente ocurre en el orden del contenido por la cantidad de disciplinas concurrentes en Madre América: Historia, Psicología, Sociología, Antropología. Y en todo, habita la consabida visión del Maestro que sopesa fuentes del pasado, que le pulsa vibraciones a su tiempo y la permanencia en el porvenir.
Si los anfitriones norteamericanos pretendían deslumbrar a los delegados hispanoamericanos en 1889 con el fulgor trepidante de la nación norteña, en José Martí mora sin falta el orgullo por Nuestra América, y la responsabilidad de cultivar la autoestima de una familia grande de pueblos.
Y para eso hurga creadoramente en el pasado. Las diferencias abismales de la Europa colonizadora, dejará su impronta indeleble en América. y serán dos mundos totalmente distintos. Ni entonces ni ahora son minutos para la vergüenza por lo que somos. En Madre América del Apóstol está el alma noble, los confines hermosos, la tarea digna de los pueblos de la América otra, la nuestra.
En el trabajo como en la poesía, se encuentran los autos de fe del prócer: echar su suerte con los pobres de la Tierra. Para ellos será su palabra comprometida y esclarecedora. Y por supuesto su propia vida.
A su forzado exilio lo denominó en carta de réplica “oscuro rincón”. Ni siquiera lo recomendaba para visitas eventuales. Para Martí, algo de náufrago hay en cualquier casa extranjera. Al desembarcar en Cuba para su Pasión inevitable, escribió: Dicha grande. En su palabra como en sus actos, en ejemplar coherencia, está el resolver todo aquello que torció la historia.
Y habló de recuentos y de la marcha unida. La plata en las raíces de Los Andes, fija un signo nuestro americano. Hace 132 años, en una fría noche neoyorkina, en su vibrante mensaje a los delegados hispanoamericanos a la Conferencia Panamericana en Washington, el Maestro clamó por una América entera que cargara a caballo por su propio destino. Es un clamor que el paso del tiempo no logra desdibujar ni desfasar.
Tomado de: Radio Camoa
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