Algunos intelectuales cubanos hacen lecturas parciales del fragmento de la carta dedicada a su amigo Manuel Mercado.
Carlos Sotuyo, Miami
miércoles 22 de noviembre de 2006 6:00:00
Ha sido práctica de la enseñanza y de los políticos citar a Martí e interpretar sus afirmaciones como si fueran ellas mismas obras acabadas y no partes de un cuerpo más extenso y de ciertas circunstancias históricas. Una de esas lecturas parciales y que, por tanto, distorsionan el significado mismo del texto, es la que suele hacerse por algunos intelectuales cubanos del conocido fragmento de la carta que Martí le escribe a su amigo Manuel Mercado el día antes de morir en combate.
Me refiero a estas palabras: "…ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber (…) de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América". Los detractores de Martí lo califican de demagogo por el hecho de postularle a Cuba la misión de impedir la expansión norteamericana sobre el resto de nuestros países.
Si se lee la carta es evidente que Martí no postula a Cuba esa misión. En ella se expresa claramente una estrategia que personalmente ha asumido. Es el hecho mismo de la independencia de Cuba lo que impide a tiempo que Estados Unidos se extienda sobre las antillas. No está Martí creando un ejército para enfrentarse al poderoso norte; él sabe que ante la primera gran república moderna —a la que él mismo llamó en un artículo en que se opone a la anexión, la nación "más grande de cuántas erigió jamás la libertad"— lo que debe construirse no es una fortaleza militar, sino una democracia republicana.
Si continuamos leyendo la carta a Mercado, en el quinto párrafo, Martí le dice a su amigo que el estado de guerra en Cuba, en sí mismo, ya impedía la anexión. Conocedor de la política norteamericana, Martí sabía que Estados Unidos jamás aceptaría la anexión de un país en guerra, ni iba a contraer el compromiso odioso y absurdo de abatir con sus armas una guerra de independencia americana.
Para algunos puede resultar exagerado el temor de Martí por la expansión norteamericana. Pero basta leer la propia carta a Mercado para entenderlo. Ya en el tercer párrafo cuenta a su amigo cómo Eugenio Bryson, corresponsal del periódico americano The New York Herald, lo sacó de la hamaca para hablarle de la actividad anexionista y su conversación con Martínez Campos, quien le dijo a Bryson que "España prefería entenderse con los EE UU a rendir la Isla a los cubanos".
Si a estos puros hechos del momento, sumamos los artículos que aparecían en la prensa americana de la época pidiendo la anexión, los comentarios de los políticos, las declaraciones de los funcionarios que proponían a España la compra de la Isla —que fue el método que Estados Unidos empleó durante ese siglo para hacerse de Luisiana o de Alaska, por ejemplo—, se comprende que cualquier político responsable debía de tener razones para preocuparse, a menos de que fuera un anexionista, o que le importara un bledo la independencia de su país.
El hacedor, no el profeta
A esta polémica de las citas descontextualizadas contribuyen varios hechos: el estilo mismo, aforístico, de José Martí es uno. Habrá siempre una tendencia a convertir sus frases en apotegmas; pero esa no ha de ser la tarea de los intelectuales, para quienes un texto requiere de una interpretación íntegra. Otro factor es la carencia de estudios sistematizados de la obra de José Martí, aproximaciones que estén a salvo de la misma tendencia a la frase y a la idea aislada.
Abunda la tergiversación de las ideas de Martí con motivos políticos. Presentan a José Martí como un soñador, y no vemos en él al hombre que hizo lo que dijo: el hacedor, no el profeta —aunque hay profetas hacedores—. Nos reta además el hondísimo alcance de los estudios que escribió Martí sobre Cuba, Latinoamérica y Estados Unidos: la gravedad de la idea se resuelve en el encomio ligero o la iconoclasia de moda. Y finalmente creo que nos ahoga el fracaso —nuestro, muy contemporáneo— del proyecto de la República—. Entonces los hay que eligen ir a las raíces no para resembrarlas, sino para arrancarlas del subsuelo.
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