Oscar Sánchez Madan
Bitácora Cubana, 12 de noviembre de 2006 - Matanzas
José Martí y Pérez (1853-1895), apóstol de la independencia de Cuba. Fue un hombre excepcionalmente amoroso. Amó a su esposa, sus padres, su hijo, sus amigos, y a todos cuantos le rodeaban, casi con el mismo amor con que el Jesús de la Biblia amó a sus amigos y a sus propios enemigos.
El régimen militar castrista, sin embargo, a lo largo de estos horribles 48 años de totalitarismo leninista, ha distorsionado groseramente la más importante faceta de su carácter: el amor.
Nos ha vendido a un Martí, que, supuestamente, odiaba a sus enemigos. En tal sentido, y malintencionadamente, los comisarios de La Habana han utilizado unas sentidas palabras de nuestro héroe nacional escritas en su primer ensayo teatral, el drama patriótico simbólico Abdala -publicado el 23 de octubre de 1869, en el único número del minúsculo periódico de su propiedad La Patria Libre-, para sembrar en nuestro pueblo un odio visceral a Estados Unidos y a las naciones y personalidades del mundo civilizado y democrático.
En dicha obra puede leerse “ El amor, madre, a la patria,/ no es el amor ridículo a la tierra,/ ni a la yerba que pisan nuestras plantas; es el odio invencible a quien la oprime, es el rencor eterno a quien la ataca ”.
Es cierto que en estos versos el maestro define el amor a la patria como “el odio invencible a quien la oprime”, y como “el rencor eterno a quien la ataca”. Pero no debemos olvidar, que en el momento en que fue escrita y publicada Abdala, el apóstol era un adolescente de sólo 16 años, afectado por las singulares particularidades generales de esa compleja etapa del desarrollo del ser humano, donde comenzamos a ser jóvenes cuando todavía no hemos dejado de ser niños, y en la que el ímpetu, la pasión extrema y la inexperiencia están a la vuelta de la esquina esperando para sorprendernos una y otra vez, mientras nos empeñamos en conquistar la independencia de todo y todos por medio de nuestra rebeldía imberbe.
Si considerásemos cómo éramos nosotros mismos a la edad de 16 años podríamos perfectamente comprender a aquel Martí, quien casi niño escribió sobre su odio y su rencor por los enemigos de Cuba, máxime cuando sabemos que él era testigo de los maltratos físicos a que estaban expuestos los negros esclavos traídos de África por los conquistadores españoles.
Nadie puede negar que hasta los propios organizadores de sus obras completas, publicadas por la editorial Ciencias Sociales de La Habana, en 1975, reconocen que Abdala es una obra de adolescencia rebelde.
La deslumbrante carga de amor que el apóstol llevó siempre consigo no pueden ocultarla los talibanes bolcheviques de La Habana por mucho que lo intenten.
Los regímenes dictatoriales, como el castrista, necesitan, ¡de qué manera!, justificar sus actos de odio, es decir, sus crímenes. Por eso tergiversan la historia, de tal manera, que aun José Martí, amoroso, liberal, humanista y demócrata, lo transformaron, que Dios los perdone, en un ser detestable que supuestamente adoraba la dictadura de partido único y los escandalosos abusos que esta comete en nombre del pueblo y de un presunto ideal mesiánico.
En Abdala, es cierto que el héroe nacional menciona los conceptos de odio y rencor con mucha fuerza, pero la idea central de dicha obra radica en el amor que debemos sentir por la patria, la justicia y la libertad. Son estos conceptos que el maestro defiende en una carta fechada el 18 de mayo de 1894 dirigida a sus amigos, los señores Jorge Jackson y Salvador Herrera.
El Martí que ya no era un adolescente, porque para esa fecha ya había cumplido los 41 años de edad y se hallaba en la plenitud de su vida, escribe: “el amor de la patria es en mi el ardiente amor de la justicia y el bienestar del hombre y el arte de alentar su derecho sin lucha violenta e innecesaria contra todo lo cuanto se le opone”. ¡Cuan diferentes estas palabras de aquellas escritas en su adolescencia! ¿Podemos afirmar que Martí se contradice? No. Debemos entender, y eso es lo que no ha querido hacer el castrismo, que el apóstol había madurado con el tiempo.
ara comprender bien a José Martí, es imprescindible realizar un estudio serio e integral de su obra y observar su pensamiento en constante evolución. Es necesario apartarse de todo partidismo, sobretodo de posiciones oportunistas.
Definitivamente tengo que reiterar que Martí, el más universal de los cubanos, el hombre que dijo que “los niños son la esperanza del mundo, porque ellos son los que saben querer”, no albergaba odios en su corazón. No podía odiar el patriota que nos enseñó que la guerra por la independencia no se organizó contra el español, sino contra la España colonial.
Sólo los mentirosos y los oportunistas, los que integran el bando de los que odian y deshacen, pueden encontrar en Martí odio, y utilizar su figura para atacar a los supuestos enemigos de Cuba.
El apóstol amaba con la inteligencia, la pasión y la fidelidad, conque sólo un ángel puede amar al creador.
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