Por Marta Gómez Ferrals
10 Julio 2022
El 12 de julio se cumplen 207 años del nacimiento, en 1815, en Santiago de Cuba, de Mariana Grajales, venerada hoy como Madre de la Patria por consenso general de la conciencia nacional, que reconoce y rinde homenaje a sus múltiples valores de combatiente heroica por la libertad y en la formación tierna y espartana de la familia de los Maceo, tan descollante en la historia cubana.
Aunque sus padres -emigrantes dominicanos- no conocieron la esclavitud y tenían algunos recursos para subsistir con decoro, Mariana tuvo que sufrir prejuicios y discriminación por su condición de mujer mestiza, junto a su familia, que habitaba en una pequeña finca cercana al poblado pequeño de San Luis.
Algunos especialistas estiman, a pesar de no haber evidencias de que recibiera instrucción sistemática, que al menos no era totalmente iletrada, pues el desarrollo de su pensamiento y raciocinio así lo hacen pensar. No sería de extrañar entonces que sus padres buscaran la forma de ponerla en contacto con las primeras letras.
Apuntalan a esa conclusión su observancia de una conducta siempre ética, sus luces claras, en las cuales había sentimientos sagrados como el de la paternidad y la maternidad, puestos al servicio de los también sagrados deberes patrios. Esos principios no resultaron imposiciones violentas para sus descendientes, sino fruto de una educación inculcada desde la infancia, junto con el catecismo y la fe en Cristo.
Lea: Mariana Grajales, madre y estandarte
A los 15 años (1831) se casó con Fructuoso Regüeiferos, fundando su primera familia, en la que nacieron cuatro hijos. Pero enviudó nueve años después.
En 1843 se unió a Marcos Maceo y decidieron vivir en la finca propiedad de él, situada en Majaguabo, San Luis. Antonio, su primer fruto, nació en 1845.
Sucesivamente vieron la luz José, Rafael, Miguel, Julio, Tomás y Marcos Maceo Grajales, además de tres niñas: Baldomera, Dominga y María Dolores. La última falleció al poco tiempo.
Mariana se distinguió desde la juventud por su fuerza de voluntad y la manera puntillosa en que imponía rigor en la existencia de su prole, muy a la usanza en las familias patriarcales de la época. No obstante, esto no impedía que se mostrara bondadosa y tierna con los pequeños.
La disciplina era esencial. Ningún descendiente, aun siendo varón, podía llegar tarde en la noche y se debían respetar con la presencia los horarios de las comidas. El hogar impresionaba a todos por su limpieza, orden y pulcritud.
Carlos Manuel de Céspedes se alzó en Demajagua y comenzó la primera guerra de independencia el 10 de octubre de 1868. Dos días más tarde, Antonio, José y Justo, tres de sus hijos, fueron los primeros en incorporarse a la naciente contienda. Aquella madre amantísima los había reunido antes y hecho jurar de rodillas que lucharían por liberar a la Patria o entregarían la vida si fuera necesario.
La historia anota que el primer gran dolor de Mariana a consecuencia de la guerra fue la muerte de su esposo Marcos, en mayo de 1869, aunque algunos estudiosos plantean que ocurrió meses después en un hospital de campaña de la Sierra Maestra.
Al término de la primera guerra en 1878, solo sobrevivían cuatro de los descendientes de Mariana: Antonio y José, los cuales vivieron hasta incorporarse a la Guerra Necesaria del 95 y caer en sus combates, así como Tomás y Marcos.
Sus cuidados, acciones patrióticas y espíritu maternal no solo fueron para sus hijos de sangre o dentro del seno de la familia. Jamás quedó relegada en su casa, sobre todo después de los históricos acontecimientos del 68 en los que prácticamente su clan entero estuvo implicado, por voluntad propia, con un enardecido patriotismo.
Siendo ya una mujer madura y muy curtida por el trabajo y el bregar duro del campo, sucesivos partos y por la práctica constante de deberes maternos, no lo pensó dos veces y partió a la manigua redentora, acompañada por su nuera María Cabrales, la esposa de Antonio, quien fuera otra patriota ejemplar.
Vivían junto a las tropas, trabajando en los hospitales de campaña mambises curando heridos sin recursos y con medicina natural. E iban más allá, pues aquellos restablecidos y fortalecidos por sus cuidados como enfermeras en los hospitales de sangre, como se les llamaba, eran exhortados por estas para volver a la lucha.
Sin desmayar y sin lamentarse de nada vio caer con estoicismo a los suyos, siempre llamando al combate y renegando de las lágrimas y la lástima. Compartió su suerte desde el principio con el Ejército Libertador cubano, muy humilde, sufriendo sus vicisitudes y a veces vestido de harapos en los campos de batalla.
Cuando el 15 de marzo de 1878 el entonces General Antonio Maceo protagonizó la inclaudicable Protesta de Baraguá, Mariana y sus hijos vivos le dieron apoyo irrestricto.
Al imponerse el ominoso Pacto del Zanjón, la disposición de Antonio y sus seguidores a continuar la lucha no pudo sostenerse. Este preparó con mucho rigor la partida de su madre y el resto de la familia hacia el exilio, pues los riesgos que corrían en la Isla eran inmensos, después de la contienda.
Viajaron para Jamaica Mariana y María en mayo de 1879. Allí comenzó a envejecer llena de dignidad, patriotismo y orgullo, hasta que murió en Kingston el 27 de noviembre de 1893.
Un sentido homenaje le rindió el pueblo de Cuba a la Madre de la Patria cuando el 10 de octubre de 2017 fueron inhumados sus restos junto a los de Carlos Manuel de Céspedes, en el cementerio Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba, muy cerca del Mausoleo de José Martí y del monolito que guarda las cenizas del Comandante en Jefe Fidel Castro. La tumba de Mariana y la escultura que hoy la recuerda hermosa e imbatible son objeto de peregrinación agradecida.
Tomado de: Agencia Cubana de Noticias
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