por Guillermo Silva Grucci
4 de mayo de 2023
So capa de santa guerra,
La libertad de mi tierra
Bajo nueva tiranía:
Hallé – ¡oh, cállelo! – que aquellos
A quienes todo me di
So capa de patria, ¡ay mí!
Solo pensaban en ellos…
María García Granados. Imagen digitalizada por Pavel Néstor Lominchar
José Martí no solo fue poeta, fue político y diplomático. Como político, se le reconoce como héroe nacional de Cuba. Como diplomático, nunca representó a su país. Formó parte de esa rara categoría que no se benefició de alguna sinecura en el exterior que le generara recursos para comer mientras se dedicaba a escribir.
Y por ese lado aparece su vinculación con el Uruguay.
Estaba en Nueva York, en uso de uno de sus exilios, cuando conoció al Dr. Enrique Estrázulas (1848-1905). Estrázulas no solo era un médico cirujano eminente egresado de la Universidad de Pennsylvania, sino hombre de gran cultura y un destacado artista plástico. Además, estaba casado con una dama norteamericana. En 1883 el presidente general Máximo Santos había designado a Estrázulas cónsul general en Nueva York. La amistad entre estos dos personajes significó la amistad entre Martí y el Uruguay.
El afecto de Martí por Estrázulas lo llevó a decir que verlo era como ver «aquellas majestuosas selvas […] del Uruguay». Con lo que demostró dos cosas: una gran admiración por su amigo y… que nunca estuvo en Uruguay. Calificar de «majestuosas» a nuestras modestas selvitas o es licencia poética o hiperbólico piropo.
El médico llevó a su amigo poeta –que, además era licenciado en Derecho, y en Filosofía y Letras– a trabajar con él en el consulado. Por su importante desempeño en esa función, cuando años después Estrázulas tuvo que trasladarse a Europa, propuso al gobierno se le designara en su lugar.
El diplomático
Luego de algunos interinatos, el presidente general Máximo Tajes acompañado de la firma del Dr. Julio Herrera y Obes lo designará cónsul de la República en New York por decreto de 16/04/1887.
Durante esos interinatos previos, le tocó la Memoria de las operaciones del consulado durante 1887. En el documento, entre otras cosas, se refiere a la inmigración. «Atraída por la facilidad del trabajo, los salarios mayores y el encanto, que aún para el hombre más rústico tiene la vida libre y decorosa donde no se siente oprimido el pensamiento ni coartada su justa independencia funcional […] se ve hoy en gran parte sin empleo», dice. Este descontento que llega al grado de «turbulencia» obliga a EE.UU. a abrir nuevos mercados y explica el incremento comercial con Uruguay. Observa que la idea de limitar la inmigración está ganando todos los sectores de la sociedad. Se teme que esta agregación desordenada de personas «sin arraigo en la tierra y sin sus tradiciones ni su espíritu» desnaturalice un país donde «se les permite una autoridad que los más no comprenden, o exageran, o emplean solo en el servicio de pasiones de otros pueblos o sistemas, y de sus intereses de raza o de clase». Un problema que, entiende, debería discutirse «en la prensa, la tribuna religiosa y las mismas asociaciones literarias de los principales colegios».
En el Congreso Monetario
En 1891 se designa a Martí para representar al Uruguay en el Congreso Monetario de Washington. Más allá de haber tenido una destacadísima actuación en la Conferencia, termina su informe al gobierno uruguayo con una frase memorable. “Debiera, al dar cuenta de esta Comisión, incluir la nota de los gastos en ella ocasionados: -V.E. me permitirá que no la incluya y dé por suficientemente renumerado el cargo con el honor que con él se me ha conferido». Declinó definitivamente su cargo el 1º de marzo de 1892. Estaba en ciernes la fundación del Partido Revolucionario Cubano, una organización cuyo único fin era lograr la independencia de Cuba, y su permanencia en el puesto de cónsul resultaba incompatible. En su carta expresa que ha amado al Uruguay y que «jamás cesará de ser, con gratitud y ternura, el servidor más afectuoso del país».
En 1916 el gobierno de la época decidió recordar a José Martí. Como resultado, la calle Cristóbal Colón en el montevideano barrio de Pocitos pasó a llevar el nombre del patriota cubano. La colocación de la chapa motivó un discurso del ministro de RREE de la época Dr. Baltasar Brum. No faltaron las palabras del encargado de Negocios de Cuba y del Vocal de la Municipalidad Arq. Humberto Pittamiglio que había impulsado esa designación.
El poeta
Dice Gabriela Mistral (1889-1957) que al lector profundo de la poesía: «le importa, igual que al pedagogo, el cómo y el cuándo de sus versos preferidos».
Fue en las montañas Catskill, un exclusivo lugar de veraneo en el Nueva York de esa época, donde escribió Martí, sus Versos Sencillos.
Dentro de ellos, La niña de Guatemala, nombre asignado con posterioridad porque en la primera edición llevaba solo el número IX, tenía una significación particular para la poeta chilena. Sin duda estaba dentro de esa categoría de versos preferidos cuando afirmó que era «el poema más donoso, el de ritmo más cimbreante que se haya escrito en América Latina».
El por qué, lo explica el poeta en sus primeras líneas: antes de morir quería echar sus versos del alma. Preocupación bastante común en el género humano, por cierto. La diferencia está en el cómo, en la galanura en el decir. La niña… ha sido divulgado hasta el cansancio transformado en canción. En realidad, como hace notar Mistral, la composición tiene un «tono de cancioncilla», de «aire que parece silbado por un pastor», que contrasta con el fondo trágico del asunto. Ese misterio le resultaba fascinante. Porque «el metro de la canción da al poema […] aspecto de jugarreta melódica», dice. Ella entiende que la chica se ha suicidado (como la Ofelia de Hamlet) y no concibe la idea de un Martí «coplero del suicidio». Luego de mucho cavilar concluye en que esa aparente frialdad se diluye cuando el hombre se queda a solas ante la sepultura de su enamorada.
Quiero, a la sombra de un ala, / contar este cuento en flor: / la niña de Guatemala, / la que se murió de amor. / Eran de lirios los ramos, / y las orlas de reseda / y de jazmín: la enterramos / en una caja de seda. / …Ella dio al desmemoriado / una almohadilla de olor:
él volvió, volvió casado: / ella se murió de amor. / Iban cargándola en andas / obispos y embajadores: / detrás iba el pueblo en tandas, / todo cargado de flores. / …Ella, por volverlo a ver, / salió a verlo al mirador: / él volvió con su mujer: / ella se murió de amor. / Como de bronce candente / al beso de despedida / era su frente, ¡la frente / que más he amado en mi vida! / …Se entró de tarde en el río, / la sacó muerta el doctor: / dicen que murió de frío: / yo sé que murió de amor. / Allí, en la bóveda helada, / la pusieron en dos bancos: / besé su mano afilada, / besé sus zapatos blancos. / Callado, al oscurecer, / me llamó el enterrador: / ¡nunca más he vuelto a ver / a la que murió de amor!
Ese silencio de Martí –que no es tal– lo atribuye la poeta chilena, a lo que llama «el más delicado de los pudores […] que es el de no restregar la propia sangre en los ojos de los extraños». De todos modos, es un texto claramente autobiográfico: una confesión. Pero el pasado no puede cambiarse, aunque sí contarse mediante alguna trapisonda orwelliana, de modo que coincida con el presente.
La figura de Martí ha sido reivindicada desde diversos y contradictorios sectores de la escena política. Que cada cual saque sus propias conclusiones. Ese extracto de una carta rimada dirigida a Estrázulas que encabeza esta nota, puede ser buena pista.
Tomado de: La Mañana
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