domingo, 19 de mayo de 2024

Carmen y Pepe

Tania Chappi
Publicado el 18 mayo, 2024 - 6:00 am

Destinatario José Martí, libro de género epistolar, nos permite conocer un amor desdichado. En el volumen encontramos, entre otras, cartas enviadas por la esposa, Carmen Zayas Bazán. Junto a las escritas por él, publicadas en el Epistolario martiano, nos muestran a dos jóvenes en momentos definitorios de sus vidas

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Fragmento de Martí enamorado, obra de Pedro Pablo Oliva. / opushabana.cu

Pepe: Ésta es la primera vez que tomo la pluma para decirte lo mucho que te amo, y tiemblo solamente al considerar que quizás es insuficiente para poder interpretar la nobleza de mis sentimientos […] Escríbeme seguido y no me culpes si no puedo hablarte algunas veces. Carmen significa verso en latín, y en otra trigo, vergel, nombre sonoro y armonioso. Tuya, Carmen.

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Carmen Zayas Bazán creyó erróneamente que su amor bastaría para afrontar cualquier obstáculo o penuria. / ohcamaguey.cu

Así escribía Carmen Zayas Bazán en 1875 a un Martí recién salido (o quizás aún inmerso) de otros amores; algo distante, escéptico, provocador de tristezas y ansiedades. A pesar de mi poca experiencia y edad tengo la desgracia de dudar de todo, pues he visto tantos corazones marchitos muy temprano por los desengaños. Tanto vi que tengo temores –vuelve a sincerarse en otra misiva la enamorada–, más cuando me dices que quizás, tal vez me quieras firmemente, esto es terrible. Cuando entusiasta esperaba leer en tu carta frases amorosas, solo encontré duda y frialdad.

Ningún historiador, por muchos adjetivos que utilizara, podía habernos dado una visión más exacta de cómo fueron en sus inicios los amores entre estos dos jóvenes. De ahí la importancia del género. Los epistolarios (volúmenes en los que se reúnen cartas redactadas por personalidades o dirigidas a ellas) suelen ofrecer más luz sobre determinadas personas y sucesos que los compendios históricos o los llamados libros de texto. Son, a la vez que historia, testimonio y literatura. El intercambio de epístolas constituye, igualmente, un recurso literario: infinidad de novelas se estructuran a partir de una supuesta correspondencia entre los protagonistas.

Mas, la historia de Carmen y Pepe nada tiene de ficción. Por qué él la eligió como esposa lo sabíamos ya, pues el Epistolario martiano, con sus diversas ediciones, incluye la siguiente carta a Manuel Mercado, su amigo mexicano, fechada el 22 de enero de 1877:

No me oculto a mí mismo que para emprender e imaginar, para alentar con fe y obrar con brío, la presencia de Carmen me es indispensable, a tal punto que creo ahora bien pudiera por encima de la nostalgia de la patria, la nostalgia del amor. No es pasión frenética, a menos que en la calma haya frenesí; pero es atadura y vertimiento de todo espíritu en mi espíritu.

Apenas un mes más tarde escribiría Martí a su futuro suegro, Francisco Zayas Bazán:

Me da Vd. Mi mayor riqueza y mi mejor gloria; me da Vd. A mi Carmen de mi vida. Merecida la tengo con el alma y aún más la mereceré con mis trabajos […] yo, que a Carmen debo la resurrección de mis fuerzas y mi sacudimiento de tan injustas trabas y tan mortales agonías, a Carmen me consagro ahora por completo: sé lo que quieren las realidades de la vida, y el respeto que debo a su ventura.

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José Martí en 1876. La instantánea fue tomada en México. / Iconografía martiana.

Viajó el novio a Guatemala a ocupar una plaza de catedrático en la Escuela Normal. Quedose la prometida preparando una boda que, al parecer, no agradaba sobremanera a su padre, hombre de mejor situación económica y temeroso del carácter rebelde del yerno. La ceremonia se efectuó en México el 20 de diciembre. A comienzos del nuevo año los enamorados se establecieron en territorio guatemalteco.

Días felices, a pesar del modesto salario. Pepe no hace más que ponderar los sacrificios de su esposa. Le asegura a Mercado: ¿Qué deber ha de estorbarme mi Carmen, ella que vive de mi misma clase de pasiones? Sin embargo, se acercaba una prueba de fuego: en abril de 1878 el cubano José María Izaguirre, director de la Escuela Normal, fue destituido injustamente por el presidente de aquella nación; en solidaridad, Martí renuncia a su puesto.

¿Cómo sobrevivir? Para colmo, los recién casados están esperando un hijo. Ha llegado la paz del Zanjón y con ella el fin de la Guerra de los Diez Años en Cuba. Muchos exiliados regresan a la Isla. En Camagüey la desposada tiene a una familia dispuesta a ayudarlos. Martí accede, pero nunca se reconciliará con las súplicas de su mujer. Hasta dónde les afectaría, se augura en otra epístola a Mercado (Guatemala, julio de 1878):

Ayer mismo, sobre los ruegos de Carmen que lloraba, sobre lo que mi madre llora sin decírmelo, sobre mi palabra misma empeñada al generoso Zayas, me resistía a todo intento de ir a Cuba […] ¡Creen que vuelvo a mi patria! ¡Mi patria está en tanta fosa abierta, en tanta gloria acabada, en tanto honor perdido y vendido! Yo ya no tengo patria: hasta que la conquiste. Voy a una tierra extraña, donde no me conocen; y donde desde que me sospechen, me temerán […]

[…] Consiste mi dolor en tener que entrar por real camino de la vida; en tener que sacrificar a sus necesidades, necesidades impetuosas mías, de género más alto; en tener que sofocar tanto atrevido pensamiento […] Libre y sin hijo, yo hubiera hecho hablar de mí. Y de un modo que me hubiera dejado contento […] Y, en vez de eso, ¡volveré ahora como una oveja mansa a su rebaño!

Evidentemente, ni Martí ni Carmen habían hecho una buena elección. Engañáronse respecto a lo que deseaban y podían esperar del otro: él quería una compañera incondicional, capaz de sacrificarlo todo por su esposo y por la batalla contra el yugo colonial. Ella, aspiraba a un hogar tranquilo, a un buen marido, presto a entregarse en cuerpo y alma por el bienestar de la familia; años más tarde, le recordaría en una misiva:

[…] una vez que acepté esta pobreza tuya fui conforme con los riesgos que traía consigo, y Guatemala es testigo de lo que en ella sufrí, contenta de lo que después vino no lo he sido jamás porque creo, sin duda equivocada a tu juicio, que no era hora de sacrificios sin frutos, ni justo ante ninguna conciencia prescindir de deberes que no podían cumplirse al mismo tiempo que ese otro ideal tuyo.

[…] Ni el amor a riquezas que renuncié ni soñados esplendores para lo futuro me han hecho entablar esta durísima campaña contigo, es el deber y el amor de mi hijo.

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En La Habana (1879), antes de que el esposo sufriera la segunda deportación. / Archivo de BOHEMIA.

Ya en la Isla, el nacimiento de José Francisco no impidió que Martí se involucrara en labores conspirativas y aceptara la vicepresidencia del Club Central Revolucionario de La Habana. ¡Cuánta locura parecería aquello apenas concluida y de un modo tan desesperanzador la contienda independentista!

Carmen sufría sin dejar de amarlo. Para la mayoría de los extraños él era solo un fanático al que muy bien le cabía el refrán: “Luz de la calle, oscuridad de su casa”. El 25 de septiembre de 1879 zarpaba José Martí y Pérez a bordo del vapor Alfonso XII, deportado por segunda vez.

De España se trasladó a Nueva York donde, apenas llegar, se integró al Comité Revolucionario Cubano que presidía Calixto García. En Puerto Príncipe, Carmen desesperaba por unírsele. Sobre cuáles eran los sentimientos del exiliado, algo nos dice esta carta (8 de diciembre de 1879, Madrid) enviada a Miguel Viondi, quien permanecía en La Habana:

[…] me trae muy pensativo la suerte de mi mujer. Si su padre fuera pobre, su mismo bien, porque mi mayor libertad es hoy su bien mayor, me hubiese exigido que la dejase al lado de su padre. Pero […] yo debo resolver todos mis problemas con todos mis datos, y sobre todo, con los que voluntariamente traje a ellos: mi mujer y mi hijo. Puesto que amontoné a mi paso dificultades, para mí lo han de ser, y no para otros. Puede haber gloria más brillante, aunque acá en lo interior acusadora, sacrificando a mi deber que place otro deber que estorba; pero la gloria real […] está en sacrificar con gran amargura silenciosa –suavizada por la alegría que causa el deber cumplido– la obligación que place a aquella que impide cumplirla activamente […] A mí los que viven de mí. ¿Cómo? Vengan ellos: luego, aquí tengo mis brazos, no cansados.

Viondi prestará el dinero para el viaje de la joven y el niño a Nueva York, pues Martí, sin un trabajo estable, e inmerso en sus labores revolucionarias, no podía afrontarlo. Como último favor había solicitado: No hablo a Carmen de mi verdadera situación, ni deseo que le hable usted de ella en La Habana, porque espero tenerla en parte conjurada, y porque deseo que nada estorbe el logro de la resolución que he tomado. A inicios de 1880 la esposa se le reuniría, ajena por completo a la penuria que les aguardaba.

Medio año permanecieron juntos, mas ya era incontestable que perseguían objetivos distintos. En septiembre volvió Carmen a Puerto Príncipe; la seguirían las cartas de Pepe, dolidas e hirientes. A ellas respondería:

Las aflicciones porque está pasando mi espíritu son demasiado tristes para que yo pueda ocuparme de contestar tu romance y tu última carta: yo no estimo sino lo que es absolutamente cierto, tus acusaciones no lo son, por lo tanto, no me angustian.

[…] Yo no sé qué sucederá, ni qué día dejaré de sufrir, pero cuenta con que iré donde quieras el día que tengas seguro lo necesario para vivir.

He sabido que escribiste una carta a Papá en la que le decías yo había venido porque no quería pasar pobreza a tu lado; mi contestación a eso está dada, todos saben que ya solo la ropa teníamos que empeñar para vivir, y que tú no tenías donde trabajar.

Desde hoy espero tus órdenes para hacer cuanto me mandes. Créeme Pepe, yo no quiero sino que olvidemos el pasado, es necesario estar unidos por nuestro hijo, no se le da vida a un ser para sacrificarlo, sino para sacrificarse por él. (Puerto Príncipe, 7 de enero de 1881).

En la capital camagüeyana Carmen no descansaba sobre un lecho de rosas. Sin recursos para mantenerse, había solicitado su parte de la fortuna materna; el padre, iracundo, la expulsaría de la casa y la obligaría a refugiarse en la de unas tías.

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Fotografía realizada en Nueva York, en 1885 / Iconografía martiana.

Al recibir tales noticias, Martí acarició la idea de asentarse en Venezuela; allí permaneció durante algunos meses hasta que su labor en la Revista Venezolana le ocasionó disgustos con la dirección del país. Regresó a Nueva York y preparó un nuevo viaje de Carmen y el niño. Entre diciembre de 1882 y marzo de 1885 fueron, de nuevo, una familia.

Reconciliación imposible, no obstante, entre dos personas que cada día tenían menos en común. Según pasaban los años, Martí dedicaba más tiempo a la causa independentista. En esta ocasión el adiós será definitivo. Pepe se sentiría incomprendido, traicionado. En cuanto a Carmen, se impondría soportar con dignidad su desconsuelo:

Pepe: […] Si V. y yo vivimos alejados no es sin dudas por faltas mías pues en haber sido intachable tengo todo mi orgullo. En nada y de nada tengo que culparme pues cuando me casé con V. hasta de mis más pequeños gustos prescindí, y anulé de tal manera mi personalidad que cualquiera hubiera sospechado no era yo capaz de un pensamiento propio: lo que hice al principio con placer llena del amor inmenso que le tenía, mi abnegación de madre me dio fuerzas para llevarlo a cabo después […] quise venir, pues eran muchos los tormentos que en un país extraño sin amigos sin conocer el idioma y enferma sufría, a más de los que con V. de diario me preparaba […] no amo ni ambiciono el lujo ni la sociedad de que tan apasionada fui antes de casarme con V. y en cuanto a amores, no soy yo de las mujeres que son engañadas dos veces. Seré orgullo de mi hijo así, puede V. siempre tenerme no respeto, pues de V. más que de nadie merezco admiración. (Puerto Príncipe, mayo 13 de 1886).

Final inevitable que tal vez jamás se hubiera producido si en 1877 ambos supieran lo que con posterioridad y cierta amargura aconsejara Martí desde Nueva York a su hermana Amelia:

Hay en nuestra tierra una desastrosa costumbre de confundir la simpatía amorosa con el cariño decisivo e incambiable que lleva a un matrimonio que no se rompe, ni en las tierras donde esto se puede, sino rompiendo el corazón de los amantes desunidos y en vez de ponerse el hombre y la mujer que se sienten acercados por una simpatía agradable […] en vez de ponerse doncel y doncella como a prueba, confesándose su mutua simpatía y distinguiéndola del amor que ha de ser cosa distinta, y viene luego, y a veces no nace […] se obligan las dos criaturas desconocidas a un afecto que /no puede haber brotado sino de conocerse íntimamente. Empiezan las relaciones de amor en nuestra tierra por donde debieran terminar […] y te juro por la cabecita de mi hijo, que eso que te digo es un código de ventura, y que quien olvide mi código no será venturoso. He visto mucho en lo hondo de los demás, y en lo hondo de mí mismo. Aprovecha mis lecciones.

(Este texto periodístico fue publicado originalmente en 1999, en el número 171 de la revista Somos Jóvenes).

Tomado de: Revista Bohemia

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