jueves, 30 de mayo de 2024

Dos Ríos no fue el final

Por Osviel Castro Medel
19 mayo, 2024

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Pintura de René Portocarrero

Cada mayo hace evocar, irremediablemente, aquella tragedia que zarandeó a una nación completa y provocó tristezas en supuestos seres inquebrantables.

Era domingo y en el cielo se avizoraba el gris. Pasado el mediodía, él salió, montado en el brioso Baconao, a la carga, y pronto recibió tres balazos para morir de manera novelesca, en los campos de Dos Ríos.

Momentos antes, no lejos de aquel espacio verde donde caería combatiendo, había pronunciado un discurso de fuego ante unos 300 hombres que, exaltados, le habían aclamado: “¡Viva el Presidente!”

Allí, en Vuelta Grande, flanqueado por Gómez y Masó, se hizo más notable que lo admiraban por el ejemplo antes que por el verbo anchuroso. Que conquistaba con el carácter; que era un soldado más, un hombre natural, de carne y hueso.

Acaso esa forma sencillísima lo condujo a la expiración. Porque José Julián Martí Pérez jamás quiso advertir -ni le pasaba por la mente- su dimensión y su impronta para Cuba.

De cualquier manera, lo más importante es que ese 19 de mayo no marcó el final. Desde entonces, a lo largo de 129 años, el Apóstol sigue sorprendiéndonos.

Siempre guarda una anécdota, una carta, un hecho deslumbrante. Tiene la magia de hacer aparecer corrientemente una estrella necesaria donde menos uno la espera: en la modesta almohada, en un puñado de sal, en una nube, en un bolsillo agujereado…

Él pudiera ayudarnos a taladrar las rocas que cotidianamente salen al paso. Ayudarnos a entender el zumbido de la abeja laboriosa o la espuma de la ola brava; a perdonar, a salir del camino del error.

Lo más importante es que no lo veamos solo como un tejedor de versos, un orador y político brillante, un joven que arrastró una bola de hierro con su tobillo, un ser que sufrió, sangró y murió por Cuba.

Martí vive en Dos Ríos y cada esquina, en una carga a caballo, en el río cercano hecho mar de pasiones, en la palma sembrada sin ortigas, en la décima transfigurada en lluvia, en los ranchos cubanos donde escribió una carta inconclusa, en la verdad del tiempo, dibujado como un hombre que no reposa, sino que se levanta con el Sol.

Tomado de: La Demajagua

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