domingo, 28 de mayo de 2006

José Martí en Defensa de la Humanidad


28 de Mayo, 2006

Cuando cayó en el combate de Dos Ríos hace ciento once años, el 19 de mayo de 1895, José Martí se aprestaba a continuar la marcha hacia Camagüey a fin de constituir el gobierno de la Revolución cubana. Así lo atestiguan, entre otros documentos suyos, sus palabras en la carta inconclusa a Manuel Mercado comenzada el día antes de su muerte.

Aquel gobierno era, desde luego, una necesidad política de la lucha armada iniciada por los patriotas, quienes debían completar con esa dirección que elegirían la obra unitaria iniciada por Martí con el Partido Revolucionario Cubano. Para el Maestro, esa organización del pueblo armado era, además, algo impuesto por las tareas universales que él asignaba a la independencia de la Isla. Recordemos que en el Manifiesto de Montecristi —el documento que redactara en esa ciudad dominicana antes de embarcarse para venir a la pelea en la Isla, en el que explicaba al mundo los propósitos del alzamiento— había declarado que los cubanos volvían a la guerra “por el bien mayor del hombre, la confirmación de la república moral en América y la creación de un archipiélago libre donde las naciones respetuosas derramen las riquezas que a su paso han de caer sobre el crucero del mundo”.

Tales alcances ecuménicos no eran resultado de un inmaduro entusiasmo, ni unas frases pasajeras escritas por mera retórica verbalista, ni las visiones embelesadas de un soñador desasido de la realidad. Todo lo contrario: fueron expresión de una convicción honda formada a lo largo de muchos años de estudio de las sociedades, de la época y de los seres humanos, de una ética de servicio humano a la que ajustara siempre su actuación personal, y de un ejercicio de vida humilde y sincero, de decidido alineamiento con los pobres de la tierra en cualquier lugar del planeta.

Desde su juventud, Martí tuvo conciencia de que vivía en una época de cambios a la que llamó de “reenquiciamiento y remolde”, cuyo desarrollo científico, tecnológico e industrial posibilitaba, a su juicio, el ensanchamiento de la espiritualidad siempre y cuando esos avances estuviesen en función del hombre, de las grandes mayorías.

Sagazmente, apreció también el Maestro desde fechas tempranas que las grandes potencias se expandían territorialmente sobre el mundo, y que Estados Unidos emergía con intereses en el sur de América y en el Océano Pacífico. En consecuencia, la república cubana por constituir tras la derrota del colonialismo español, debería asegurar, en su estrategia, una sociedad de paz, orden y trabajo que fuera modelo de justicia social para el resto de América Latina, para, de ese modo, impedir el avance estadounidense hacia la que él llamo nuestra América.

Entonces, la acción de Dos Ríos no sólo significó la pérdida del líder político mayor del pueblo cubano, sino también la del estadista de alcance universal que trabajó intensamente, desde su ética humanista, para promover un mundo mejor, que defendió al mismo tiempo la independencia de su patria y de Puerto Rico, y la soberanía de las naciones de América Latina.
Así, el hombre que en varias ocasiones se refirió a la significación de Cuba y Puerto Rico para contribuir al equilibrio entre las dos partes de América y en el mundo estaba trabajando con ello, sin duda alguna, en defensa de la humanidad.

Tuvo conciencia plena de ese destino que preveía cuando escribió: “Es un mundo lo que estamos equilibrando: no son sólo dos islas las que vamos a libertar.” Y para que no quedara sombra de duda, reafirmó así esa idea: “Un error en Cuba, es un error en América, es un error en la humanidad moderna. Quien se levanta hoy en Cuba se levanta para todos los tiempos.”

Tales objetivos universalistas fueron acompañados de una brillante estrategia para su logro, a cuya realización se dedicó por entero durante los que serían sus años finales de existencia. Vio la necesidad de la independencia de las Antillas españolas como tarea de extrema urgencia para evitar que la dominación colonial fuera sustituida por la de la emergente potencia del Norte. Por eso organizó el Partido Revolucionario Cubano, como moderno y original vehículo político para la unidad de los patriotas, y por eso entró con entusiasmo y tenacidad en los preparativos de la guerra, a la que llamó necesaria, porque consideraba que era el único modo de deshacerse a tiempo del dominio hispano. Su insistente propaganda a favor de la lucha armada apeló insólitamente al amor: repetidas veces llamó a una guerra de amor, no de odios. Y hasta abrió espacio en ese combate liberador a los propios españoles residentes en Cuba, a los que consideró imprescindibles en la república que se fundaría.

Hasta ahí pudo llegar en la ejecución de su estrategia, puesto que su muerte en combate le impidió continuarla. Pero sabemos que la gran pelea comenzaría justamente con esa república que debería sacarse el colonialismo de su costillar y aprestarse a impedir el derrame estadounidense buscando la unidad de acción de todos los pueblos latinoamericanos.

Todo ello partía de su crítica moral profunda desde muy joven al mercantilismo de la sociedad norteamericana y a su rápida comprensión durante su exilio neoyorquino acerca de cómo los nacientes monopolios hegemonizaban para sí la política de Estados Unidos e impulsaban la expansión en busca de mercados y recursos naturales. Por diez años denunció una y otra vez la asimétrica política de la reciprocidad comercial; los intentos expansionistas hacia México, el Caribe, América Central y Panamá, y hasta Canadá y Hawai; el desdén hacia nuestros pueblos basado en el desconocimiento de su historia, caracteres y valores; la presencia de males políticos y sociales que solían atribuirse con exclusividad a pueblos como los nuestros considerados inferiores.

Su pluma fue un látigo sobre la conciencia de la intelectualidad latinoamericana, para azuzar su patriotismo, su verdadero estudio y aprecio por su propio pueblo, su respeto y admiración por sus tradiciones y valores, y, sobre todo, para hacerle comprender lo nefasto y errado de imitar la vida de los pueblos considerados hoy de mayor desarrollo, especialmente de querer asemejarse a Estados Unidos.

Por todo eso es válido calificarlo como uno de los primeros antimperialistas de la historia. Y por todo eso constituye hoy José Martí antecedente para el movimiento que tantos artistas e intelectuales desarrollan en defensa de la humanidad.

Fuente: CUBARTE

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