Por Waldo González López
Oportuno recordar la significación que, para nuestro cubanísimo y universal José Martí, tuvo la lectura, como acto íntimo y personal, pero decisivo en la vida espiritual y cognoscitiva de los humanos.
Fue él justamente quien realizó, para tal fin, la operación divulgativa y valorativa de libros y artes plásticas, entre otras manifestaciones de la creación. De tal suerte, sentenció el Maestro en 1882 que la crítica es «el mero ejercicio del criterio».
Poeta, ensayista, novelista, dramaturgo y periodista, este hombre inmarcesible reúne en una sola persona todos estos oficios y aún más. Quien lo haya leído a fondo, sabe que esta afirmación es tan cierta como su breve pero fecunda existencia.
Nutrido de una vasta cultura, siempre sugirió a sus contemporáneos de diversos países —a los que se dirigía, a través de importantes diarios latinoamericanos, de los que era cónsul y corresponsal desde New York— el placer de la lectura. De ahí sus estupendos proverbios que, diluidos en su poético y contundente lenguaje, han quedado, tal acontece con mucho de lo escrito por él, como axiomas antológicos, utilizados en pleno siglo XXI, en nuestras impresionantes Ferias del Libro y demás eventos culturales del mayor nivel.
El Ciudadano del mundo —tal lo definió uno de sus más prolijos estudiosos, Roberto Fernández Retamar, quien dirigiera el Centro de Estudios Martianos—, dejó sentada entre tales sentencias para siempre esta ya clásica de 1882:
La lectura estimula, enciende, aviva, y es como soplo de aire fresco sobre la hoguera resguardada, que se lleva las cenizas y deja al aire el fuego.
Mas, ese mismo año diría también, en otro momento, este sabio pensamiento: «Se lee lo grande, y si se es capaz de lo grandioso, se queda en mayor capacidad de ser grande.»
Poeta que anunció el Modernismo por un lado y, por otro, dejó los más rotundos Versos Sencillos, tan cargados de conceptos (cercanos, sin duda, a los que publicara años después de su muerte el entonces joven poeta Antonio Machado en España bajo el título de Proverbios y cantares), supo llegar a todos por su lenguaje que me atrevo a definir de perfecto, gracias a su talento excepcional y su cultura ciclópea que le permitía leer en varios idiomas y escribir y traducir en francés e inglés. En tal sentido, escribiría que «la perfección de la forma se consigue casi siempre a costa de la perfección de la idea».
Amante del lenguaje, escribió en 1881 que «la grandiosidad del lenguaje invita a la grandiosidad del pensamiento».
Justamente, sería Fernández Retamar quien reuniera, en 1972 algunos de sus mejores Ensayos sobre arte y literatura en un volumen excepcional, del que nos valimos sus alumnos, entonces estudiantes de la Escuela de Letras, como referencia constante, al punto de que en algunos (al menos en mi caso) nos sirvió para quedar prendados del verbo magistral del genial autor, cuya obra y memoria consagraría 1995 la UNESCO como año martiano.
La lectura, pues, constituye vía esencial e idónea para adquirir más y mejores conocimientos, ser más grandes humanamente y llegar a las estrellas, como también escribiría Martí en lírico tono metafórico.
Oportuno recordar la significación que, para nuestro cubanísimo y universal José Martí, tuvo la lectura, como acto íntimo y personal, pero decisivo en la vida espiritual y cognoscitiva de los humanos.
Fue él justamente quien realizó, para tal fin, la operación divulgativa y valorativa de libros y artes plásticas, entre otras manifestaciones de la creación. De tal suerte, sentenció el Maestro en 1882 que la crítica es «el mero ejercicio del criterio».
Poeta, ensayista, novelista, dramaturgo y periodista, este hombre inmarcesible reúne en una sola persona todos estos oficios y aún más. Quien lo haya leído a fondo, sabe que esta afirmación es tan cierta como su breve pero fecunda existencia.
Nutrido de una vasta cultura, siempre sugirió a sus contemporáneos de diversos países —a los que se dirigía, a través de importantes diarios latinoamericanos, de los que era cónsul y corresponsal desde New York— el placer de la lectura. De ahí sus estupendos proverbios que, diluidos en su poético y contundente lenguaje, han quedado, tal acontece con mucho de lo escrito por él, como axiomas antológicos, utilizados en pleno siglo XXI, en nuestras impresionantes Ferias del Libro y demás eventos culturales del mayor nivel.
El Ciudadano del mundo —tal lo definió uno de sus más prolijos estudiosos, Roberto Fernández Retamar, quien dirigiera el Centro de Estudios Martianos—, dejó sentada entre tales sentencias para siempre esta ya clásica de 1882:
La lectura estimula, enciende, aviva, y es como soplo de aire fresco sobre la hoguera resguardada, que se lleva las cenizas y deja al aire el fuego.
Mas, ese mismo año diría también, en otro momento, este sabio pensamiento: «Se lee lo grande, y si se es capaz de lo grandioso, se queda en mayor capacidad de ser grande.»
Poeta que anunció el Modernismo por un lado y, por otro, dejó los más rotundos Versos Sencillos, tan cargados de conceptos (cercanos, sin duda, a los que publicara años después de su muerte el entonces joven poeta Antonio Machado en España bajo el título de Proverbios y cantares), supo llegar a todos por su lenguaje que me atrevo a definir de perfecto, gracias a su talento excepcional y su cultura ciclópea que le permitía leer en varios idiomas y escribir y traducir en francés e inglés. En tal sentido, escribiría que «la perfección de la forma se consigue casi siempre a costa de la perfección de la idea».
Amante del lenguaje, escribió en 1881 que «la grandiosidad del lenguaje invita a la grandiosidad del pensamiento».
Justamente, sería Fernández Retamar quien reuniera, en 1972 algunos de sus mejores Ensayos sobre arte y literatura en un volumen excepcional, del que nos valimos sus alumnos, entonces estudiantes de la Escuela de Letras, como referencia constante, al punto de que en algunos (al menos en mi caso) nos sirvió para quedar prendados del verbo magistral del genial autor, cuya obra y memoria consagraría 1995 la UNESCO como año martiano.
La lectura, pues, constituye vía esencial e idónea para adquirir más y mejores conocimientos, ser más grandes humanamente y llegar a las estrellas, como también escribiría Martí en lírico tono metafórico.
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