Emilio Ichikawa.
La investigación y crítica bibliológica en torno a la vida y la obra de José Martí atraviesa un problema que pudiéramos llamar de "extensividad". Y me refiero solamente al estudio del material retórico, a la dircursividad tejida en libros, artículos y conferencias. A la discursividad que deja huella impresa y obvia los rumores, los diálogos informales, las clases que no llegan a certificarse siquiera en planes o notas profesorales.
En resumen, que es tanto lo que se publica sobre José Martí, que es difícil hablar de todo ello con propiedad.
Y no se trata de un problema de talento o de ética profesional sino de física clásica, de relación entre el espacio escritural de la martianidad y el tiempo en que se consume; se trata sencillamente de velocidad, de número de páginas leídas a través de días de veinticuatro horas.
Al no poder leer físicamente todo lo que se publica sobre Martí, el "scholar" debe reconocer que afronta una disyuntiva:
1- Revisar con agilidad, digamos que con ligereza, la mayor cantidad de documentos disponibles.
2- Leer con detenimiento una parte de lo publicado.
Ahora bien, en el caso de esta segunda opción, ¿cuál es el criterio a través del cual se disecciona esa "parte" ?
Es decir, ¿cómo se "eligen" unas publicaciones sobre otras? Los criterios son muchos (la simpatía, la intuición, la afinidad política, la comunión lingüística, la tradición, etc.), pero la naturaleza de la elección misma es una sola: "la arbitrariedad", que es la expresión más sincera en que manifiesta la subjetividad. La elección crítica es precisamente, como dijera Martí, un gesto amoroso; ademán que en su lección sobre Platón, Hegel definiera de esta manera: "un camino donde lo arbitrario está elevado al nivel de lo verdadero".
Hace unos días visité la Colección Cubana de la Biblioteca Otto Richter de la Universidad de Miami para buscar información que me permitiera redactar esta nota de presentación. En una investigación preliminar, que abarca solamente los últimos tres años, la amiga y bibliotecaria Lesbia de Varona logró una lista de publicaciones martianas que alcanza los dos centenares de títulos. Eso es lo que llamaba anteriormente "problema de extensividad".
Y mi pregunta ahora es, ¿cómo justificar que a pesar de toda esa voluminosa bibliografía, en la que se cuentan trabajos muy significativos (como los producidos en el Departamento de Historia del campus de Chapell Hill de la Universidad de Carolina del Norte), se entienda como necesario el libro "La muerte indócil de José Martí" (Editorial NPC, Miami, 2005) de Miguel Fernández, que hoy presentamos en este Instituto de la Universidad de Miami?
En primer lugar, porque ese libro; formalmente, resulta muy amable con el lector. Está estructurado en capítulos breves que permiten una experiencia conversacional una vez que se emprende la lectura. Está escrito con sabiduría natural y lances novelados. Además de que las referencias reveladoras, el cotejo de citas que antes habíamos conocido de forma aislada y la construcción de una suerte de careo de fuentes, le otorgan el interés del suspenso.
En segundo lugar, porque al rebasar los límites en que antes se había practicado el programa de "desmitificación martiana" (es un libro donde lo "tardío" se torna una ventaja), puede servir como un hito de su misma satisfacción. Sinceramente, después de leer este libro, uno comprende que la investigación sobre la figura de José Martí debe buscar caminos de original propositividad y no insistir más en "nuevas lecturas" que no hacen sino repetir el programa desmitificador que el postmodernismo, y en particular la historiografía que se movió en torno al bicentenario de la Revolución Francesa, puso de moda.
En tercer lugar, creo que este libro es valioso dentro de la gran "extensividad martiana" porque inserta el debate acerca de la martianidad en el conflicto político mayor que aciclona la cultura cubana desde hace medio siglo. El castrismo carece de ideólogos, al menos de ideólogos de categoría; pero este libro los "construye", revelando una probable relación entre las disquisiciones martianas de los representantes de la cultura oficial y las acciones prácticas del gobierno de La Habana. En el último capítulo del libro se discute con brillantez la "tecné" castrista de utilizar recursos martianos para legitimar actos de violencia sobre personas y cosas.
Y en cuarto lugar, porque la significación de este libro está garantizada por las virtudes intelectuales de su autor. Miguel Fernández ha mostrado, desde los tiempos en que dirigía el periódico "Acento" en La Habana, que pertenece a ese raro linaje de intelectuales donde la creatividad está auxiliada por una ardua erudición.
Resulta que, igual que el genio inculto de la estética romántica, existe el sabio estéril. Quizás porque una sabiduría profunda conduce a la "apatheia", y el desespero del genio a la irreverencia; persuadiéndose el primero de que es inservible innovar, y el otro de que es fútil aprender. Lo cierto es que esa combinatoria de virtudes, la del erudito hacedor, se produce excepcionalmente: como en el caso de Miguel Fernández. Un autor que, para que no lo confundan con otros "migueles", suele intercalar el de "Arnaldo" entre sus sendos nombres o, al modo de los filósofos antiguos, aclarar que no es de Mileto o de Efeso sino de Pine Crest.
Estas cuatro razones nos dan confianza para avalar su libro. "La muerte indócil de José Martí" es un documento importante que puede complementar este ciclo de intensos estudios martianos.
Publicado en Bitácora Cubana, 26 de mayo de 2006 -
Emilio Ichikawa.
Mayo-2006
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