Leonardo Depestre Catony
CUBALITERARIA
10 de julio de 2023
Nos conocimos el año de 1864 en el Colegio San Anacleto que dirigía en La Habana el laborioso e ilustrado educador señor Rafael Sixto Casado. Éramos ya íntimos cuando fuimos al Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana, pero en el año 1867 nos unimos Martí y yo en el más leal afecto, y como hermanos, nos buscábamos en las horas de estudio, y en las aulas del Colegio San Pablo, que dirigía en La Habana el sabio maestro de la juventud, el ilustre poeta cubano, el caballero correctísimo y patriota sin tacha, señor Rafael María Mendive.
Así narró Fermín Valdés Domínguez —niño expósito, quien nació en La Habana el 10 de julio de 1853— los orígenes de la fraterna amistad que lo unió a José Martí.
Juntos editaron el periódico El Diablo Cojuelo, juntos enfrentaron el tribunal colonial y la prisión: una carta suscrita por ambos que enjuiciaba de manera crítica la decisión de un condiscípulo de incorporarse al ejército español —hallada durante un registro a la vivienda de los Valdés Domínguez— bastó para una sentencia por infidencia: para Fermín un año de arresto y ¡seis para el adolescente José Julián!
Liberado al cabo de varios meses, concluyó Valdés Domínguez el bachillerato y matriculó Medicina. Fue entonces cuando quedó involucrado —sin razón alguna, al igual que los demás alumnos— en el proceso de los estudiantes de Medicina fusilados el 27 de noviembre de 1871. Para Fermín la sanción fue de seis años de prisión.
Indultado con posterioridad, embarcó para España, donde encontró a su hermano del alma, al deportado José Martí. Fueron ellos quienes redactaron la hoja volante por el aniversario primero del fusilamiento de los estudiantes.
En la metrópoli publicó un año después el folleto Los Voluntarios de La Habana en el acontecimiento de los estudiantes de Medicina, denuncia y testimonio de aquel crimen, cuyas ediciones subsiguientes aparecieron con el título El 27 de noviembre de 1871.
«El tambor calló; siguió un momento de silencio terrible y mortal; sonó al fin una descarga de fusilería; se repitió tres veces la descarga… ¡Dolor tremendo, inconcebible dolor, oprimió nuestros corazones!».
En adelante consagró su vida a la reivindicación de los compañeros ejecutados. A principios de 1887 obtuvo incluso el reconocimiento expreso del hijo de Gonzalo de Castañón de que la tumba de su padre no había sido profanada, supuesto motivo por el cual se fusiló a los jóvenes alumnos.
De su libro ya citado —un clásico sobre el tema— es este otro conmovedor fragmento: «Sobre la tumba, hasta ahora ignorada y solitaria [en 1887], de mis compañeros fusilados, juré luchar sin descanso por poder algún día hacer brillar la inocencia de todos ante este mismo pueblo que los vio morir, y ante los mismos que, engañados o perversos, pidieron sus cabezas».
Durante la Guerra del 95 arribó con una expedición y se sumó como soldado a La Invasión; organizó el Cuerpo de Sanidad Militar del Ejército Libertador con el grado de coronel y perteneció al Estado Mayor de Máximo Gómez. De aquella experiencia dejó un libro importante y revelador, escrito al pie del estribo y con sinceridad: su Diario de Soldado.
Las gestiones del doctor Valdés Domínguez resultaron decisivas para la conservación de uno de los cuatro paños de pared del antiguo edificio de Barracones de Ingenieros donde se ejecutó a los mártires. En ese lugar se inauguró el Monumento de La Punta, el 28 de enero de 1909.
La historia de Cuba lo recuerda como el reivindicador de los estudiantes de Medicina. Pero fue además un destacado testigo de su tiempo y un hombre que asumió el oficio de escribir como un reto y compromiso con las generaciones que habrían de sucederle.
Murió el 13 de junio de 1910 y fue sepultado en el Mausoleo que en el Cementerio de Colón guarda los restos de sus condiscípulos fusilados. (ALH)
Tomado de: TV Yumurí
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