Luis Toledo Sande
mayo 22, 2023
Imagen de portada: Cubaperiodistas.
Ante la persistencia del estado bárbaro
José Martí era sumamente respetuoso, pero no cedía cuando entendía que no debía hacerlo, ni perdía la visión crítica necesaria. Una de las señales de esa realidad vale recordarla en tiempos en que las desigualdades se revuelven entre los mayores peligros que nuestra sociedad afronta y debe vencer. Cuando, en un proceso lo más democrático posible para la organización de una contienda en las circunstancias de su tiempo, Martí se mostró satisfecho por la elección del general Máximo Gómez como jefe del ramo de la guerra en el Partido Revolucionario Cubano, tenía en cuenta no solamente las virtudes militares del estratega mambí.
La semblanza que le dedicó en el Patria del 26 de agosto de 1893 retrata a quien también era, como él, un representante de los pobres de la tierra. Para entregarle personalmente la carta con el mencionado nombramiento, fue a ver a Gómez “junto a su arado”. También describe el ambiente de su hogar: “¡Santa casa de abnegación, a donde no llega ninguna de las envidias y cobardías que perturban el mundo!”, y en la cual uno de los hijos “prefiere a todas las lecturas el Quijote, porque le parece que ‘es el libro donde se han defendido mejor los derechos del hombre pobre’”.
Momento culminante en su identificación con Gómez aparece cuando por la ventana del salón donde eran agasajados con una fiesta, se vio que en la calle “se apiñaba el gentío descalzo”. Ante esa escena, el autor de la semblanza cuenta que “a una voz de cariño de su amigo” —el propio Martí—, “volvió el General los ojos […] y dijo, con voz que no olvidarán los pobres de este mundo: ‘Para estos trabajo yo’”.
El mejor comentario sobre el significado de esa declaración de Gómez la hace a continuación Martí, y duele que el espacio no permita citarla en su totalidad: “Sí: para ellos: para los que llevan en su corazón desamparado el agua del desierto y la sal de la vida: para los que le sacan con sus manos a la tierra el sustento del país, y le estancan el paso con su sangre al invasor que se lo viola: para los desvalidos que cargan, en su espalda de americanos, el señorío y pernada de las sociedades europeas: para los creadores fuertes y sencillos que levantarán en el continente nuevo los pueblos de la abundancia común y de la libertad real: para desatar a América, y desuncir el hombre”.
Con esa mirada de representante de los pobres, que unió a Martí y a Gómez en alcances que aún no se han estudiado lo bastante, el primero lo vería todo y disfrutaría la dicha grande de estar en suelo cubano rodeado de mambises humildes, Gómez entre ellos. Por eso mismo no sería indiferente a otras imágenes. En la entrada del 5 de mayo de 1895 de su Diario de campaña recoge el encuentro de ambos con Antonio Maceo: “De pronto, unos jinetes. Maceo, en un caballo dorado, en traje de holanda gris: ya tiene plata la silla, airosa y con estrellas”.
El pasaje ha dado pie a criterios encontrados, y aunque Martí no emplea calificativos que evidencien desaprobación ni rechazo, el distanciamiento parece indudable. Se habrá dicho que estaba bien que la Revolución se diera prestancia hasta en el porte de sus representantes, pero las cosas nunca son tan simples cuando se decide lo que allí se decidía. Habrá quienes consideren impertinente el señalamiento de los detalles apuntados en la descripción del héroe formidable, pero Martí pensaba en una revolución que echara su suerte, como la echaba él, con los pobres de la tierra. Valdría incluso precisar: de la tierra, no solo de la suya.
Él sabía que no era tarea fácil, y que los caminos no se allanarían por sí solos. En “Los pobres de la tierra”, en Patria del 24 de octubre de 1894, sostuvo quien no podía ignorar la ardua complejidad de la lucha independentista: “En un día no se hacen repúblicas; ni ha de lograr Cuba, con las simples batallas de la independencia, la victoria a que, en sus continuas renovaciones, y lucha perpetua entre el desinterés y la codicia y entre la libertad y la soberbia, no ha llegado aún, en la faz toda del mundo, el género humano”.
No disimuló preocupaciones ni ideales en medio de la prédica en pos de una revolución para la cual debía contar y contaba con la contribución de ricos a los fondos de la guerra. Pero no vaciló al declarar en ese mismo artículo: “Que el rico dé de lo que le sobra, es justo, y bien poco es, y no hay que celebrarlo, o la celebración debe ser menor, por ser menor el esfuerzo”. Y expresó su especial admiración por el aporte del pobre, quien lo saca “de su jornal inseguro, que sin anuncio suele fallarle por meses”.
Sabía que se luchaba por “una república invisible y tal vez ingrata”, y lo reiteró al enaltecer a “los héroes de la miseria”, que se esforzaban “por la patria, ingrata acaso, que abandonan al sacrificio de los humildes los que mañana querrán, astutos, sentarse sobre ellos”. Pero su posición personal era clarísima: “¡Ah, los pobres de la tierra, esos a quienes el elegante Ruskin llamaba ‘los más sagrados de entre nosotros’; esos de quienes el rico colombiano Restrepo dijo que ‘en su seno sólo se encontraba la absoluta virtud’; esos que jamás niegan su bolsa a la caridad, ni su sangre a la libertad!”
A los ricos no patriotas, que serían más numerosos —y base del autonomismo y el anexionismo—, y quizás también a alguno de los que le daban su apoyo, los alarmaría la perspectiva popular del Delegado del Partido Revolucionario Cubano. Pero él, desde su personal resolución, en el artículo citado les asegura sin ocultamiento alguno a los compatriotas pobres: “Sépanlo al menos. No trabajan para traidores”.
Traidores habría, se sabe; pero él no lo era, ni hablaba como un iluso o un demagogo en busca de votos. Mientras se trasladaba por tierras antillanas hacia la Cuba en guerra se detuvo en textos como los que ahora se recordarán. En su Diario de Montecristi a Cabo Haitiano aparece una más que sugerente sinopsis de lectura: “Hallo, en un montón de libros olvidados bajo una consola, uno que yo no conocía: Les Mères Chretiennes des Contemporains Illustres [Las madres cristianas de contemporáneos ilustres]. Lo hojeo, y le descubro el espíritu: con la maña de la biografía es un libro escrito por el autor de L’Académie Francaise au XIXme Siécle, para fomentar, dándola como virtud suprema y creatiz, la devoción práctíca en los casos: la confesión, el “buen cura”, el “santo abad”, el rezo. Y el libro es rico, de página mayor, con los cantos dorados, y la cubierta roja y oro. El Índice, más que del libro, lo es de la sociedad, ya hueca, que se acaba: “Las altas esferas de la sociedad”.—“El mundo de las letras”.—“El clero”.—“Las carreras liberales”.
Y aquí introduce su propia concepción de tales carreras, que debe citarse extensamente y mueve a recordar textos suyos como el artículo “Los pobres de la tierra” y la escena del gentío descalzo en su semblanza de Gómez: “Carrera: el cauce abierto y fácil, la gran tentación, la satisfacción de las necesidades sin el esfuerzo original que desata y desenvuelve al hombre, y lo cría, por el respeto a los que padecen y producen como él, en la igualdad única duradera, porque es una forma de la arrogancia y el egoísmo, que asegura a los pueblos la paz solo asequible cuando la suma de desigualdades llegue al límite mínimo en que las impone y retiene necesariamente la misma naturaleza humana”.
Lejos de quedarse en esa definición, añade: “Es inútil, y generalmente dañino, el hombre que goza del bienestar de que no ha sido creador: es sostén de la injusticia, o tímido amigo de la razón, el hombre que en el uso inmerecido de una suma de comodidad y placer que no está en relación con su esfuerzo y servicio individuales, pierde el hábito de crear, y el respeto a los que crean. Las carreras, como aún se las entiende, son odioso, y pernicioso, residuo de la trama de complicidades con que, desviada por los intereses propios de su primitiva y justa potencia unificadora, se mantuvo, y mantiene aún, la sociedad autoritaria:—sociedad autoritaria es por supuesto, aquella basada en el concepto, sincero o fingido, de la desigualdad humana, en la que se exige el cumplimiento de los deberes sociales a aquellos a quienes se niegan los derechos, en beneficio principal del poder y placer de los que se los niegan: mero resto del estado bárbaro”.
Y entre los papeles que tenía en el morral con que cayó en combate, aparecieron unos apuntes cuya reproducción por Rolando Rodríguez en Martí: los documentos de Dos Ríos (Santa Clara, 2001) es de agradecer. Que el historiador no identificara la procedencia de los apuntes suscitó en el autor de las presentes notas el afán de encontrarla, y gracias a eso comprobó que son citas o glosas de una obra, en francés, de Anténor Firmin, a quien Martí, que antes lo había conocido en Cabo Haitiano, en carta del 9 de junio de 1893 a Sotero Figueroa llamó “un haitiano extraordinario”.
Se trata del libro De l’égalite des races humaines [De la igualdad de las razas humanas], con el que Firmin dio enérgica y cumplida respuesta al francés Joseph Arthur de Gobineau, autor de Essai sur l’inégalite des races humaines [Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas]. El hallazgo de la fuente de aquellas citas y glosas nutrió el prólogo escrito por el autor de estos apuntes para la edición cubana del libro de Firmin, única hasta hoy en español, a cargo de Ciencias Sociales y con el título Igualdad de las razas humanas (2013).
La lectura por Martí de Les Mères Chretiennes des Contemporains Illustres, y que tuviera consigo en Dos Ríos —junto a balas, documentos y alguna foto entrañable para él— los apuntes tomados de la obra de Firmin no son hechos fortuitos ni aislados. Apuntan a sus ideas sobre asuntos fundamentales que en la sociedad cubana representarían escollos contrarios a la justicia social que él deseaba para su patria.
[Continuará.]
*Segunda de las tres partes en que Cubaperiodistas publicará la conferencia ofrecida por el autor en el espacio “Cultura y Nación: los misterios de Cuba”, de la Sociedad Cultural José Martí, el 11 de mayo del año en curso.
Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).
Tomado de Cuba Periodistas
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