Julio César Sánchez Guerra
18 de enero de 2021
Pocas veces en la historia un poeta es al mismo tiempo, un político y un héroe. José Martí es todo a la vez, y se adelanta a su tiempo como quien se acerca al borde del horizonte. Encuentra la poesía en los libros de ciencia, y en la familia de estrellas, en el fondo del mar, asomado al colgadizo donde lanza su mirada al universo.
Es grande en sabiduría: Apóstol, taita africano, yerbero en el monte, averiguando los nombres y las hojas que nos salvan el cuerpo, curandero espiritual de la nación cubana y de todo aquel que entre descalzo al silencio de su inmensa selva.
Un soñador que sabe del microbio y de la nube. Conoce a los hombres, en sus horas de zorro y maldad, pero no pierde la fe en lo mejor. Por eso habla con los que intentan asesinarle, los deja llorando de vergüenza, y luego, esos hombres vienen a la guerra a morir por el país que quieren libre.
Busco la página exacta de ese amor desbocándose desde el pecho, y encuentro la señal de su magisterio amoroso: “Ganar un alma en la sombra es mejor que caracolear y levantar el polvo”. ¡Que batalla para asegurar la unidad en un pueblo rodeado de peligros! Unidad ganada desde los gestos de lo cotidiano hasta el proyecto del Partido Revolucionario Cubano, o la república moral del Con todos y para el bien de todos. Si en el evangelio se dice: “La casa dividida no permanecerá”, Martí lo afirma de modo tajante: “El pueblo que se divide se mata”.
No solo es el poeta, es el hombre que enfrenta adversidades personales, desde un grillete sobre los tobillos hasta dolorosas rupturas familiares. El mismo que le dice a un amigo: “Lo imposible es posible. Los locos somos cuerdos”. Locura quijotesca, desafío enorme de llevar en las manos la honda de David ante la monstruosidad de Goliat.
Y si hablo de José Martí, recuerdo la impresión que siempre me causa el busto de mi pueblo natal en Pilón, develado allí el 28 de enero de 1954 por el Doctor Manuel Sánchez Silveira, padre de Celia; es una réplica como la que se alza en el Turquino, un Martí que nos parece vivo, que se eleva en medio del parque y del corazón de un niño.
Por eso digo que es más que un poeta, es el horcón de la casa, ala ante el rostro de la muerte, bálsamo y yerba buena; revolucionario con un candil encendido de ternura.
No comprendió Rubén Darío su muerte trágica y exclama la pregunta: ¡qué has hecho, Maestro! Pero el poeta de Dos Ríos tenía fe en los actos de sacrificio y amor. Lo anuncia una vez más en los versos sencillos: “verso o nos condenan juntos / o nos salvamos los dos”. Con sus manos escribe Yugo y estrella. Con su sangre, abre un portón a la historia.
Ya terminadas la contienda de los diez años con una paz sin independencia ni abolición de la esclavitud y la Guerra Chiquita –hija de Baraguá y su continuidad con las armas en las manos en un tiempo breve–, José Martí estudia las causas del fracaso, siendo la falta de unidad la principal, y saca las lecciones de los errores.
El Maestro durante la Tregua Fecunda o Reposo Turbulento unifica en un movimiento único a los patriotas de la emigración y de la Isla grande, a los pinos viejos y los nuevos; crea el Partido Revolucionario Cubano el diez de abril de 1892 –su obra cumbre unitaria, antimperialista, sin exclusiones– y funda el periódico Patria.
Con visión estratégica convoca a la gesta libertaria que estalla el 24 de febrero de 1895 con alzamientos simultáneos, como el del poblado de Baire, solo Martí pide brevedad en la beligerancia.
Por infortunio, el Héroe Nacional cae en Dos Ríos, el 19 de mayo de 1895, a unos meses de iniciada la contienda y continúan la insurrección armada Máximo Gómez, como general en jefe del Ejército Libertador, Antonio Maceo y otros patriotas.
Pero ya la tenían ganada, cuando finaliza la conflagración debido a la intervención y ocupación militar del imperialismo yanqui al adoptar una falsa neutralidad e incidir en la firma del Tratado de París, el diez de diciembre de 1898, sin la participación de los mambises; no obstante, quedó latente la decisión del pueblo de levantar a sangre y fuego a la Patria subyugada.
Décadas después, la Guerra Necesaria sirvió de inspiración en la lucha por la liberación nacional encabezada por Fidel y con la cual Cuba logró la definitiva independencia el Primero de Enero de 1959.
Para reflejar la tradición combativa heredada en cada etapa de la historia nacional, el propio Fidel Castro refirió en varias ocasiones que la Revolución era una sola, la iniciada en octubre de 1868 por Carlos Manuel de Céspedes hasta nuestros días.
La juventud fomenta las ideas patrióticas, de unidad y defensa del socialismo que construimos, al tiempo que es protagonista y continuadora de nuestra obra en medio del asedio imperial.
Por eso evocará junto al pueblo este 24 de febrero de 2019 el reinicio de las luchas independentistas y el comienzo de la Gesta de 1895 con su Yovotosí para refrendar la nueva Constitución.
Julio César Sánchez Guerra
Colaborador y profesor de la universidad
Jesús Montané Oropesa
Tomado de: Periódico Victoria
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