Por Rosa María Fernández
24 de enero de 2021
Homenaje al natalicio 168 de José Julián Martí Pérez, el “Héroe Nacional de Cuba”, pensador, periodista, poeta y revolucionario universal. Murió heroicamente en plena madurez política e intelectual, con apenas 42 años.
“White está en México. El culto de las artes ennoblece el ánimo y embellece las fisonomías; el gran violinista es sumamente simpático”. La primera exclamación que dio a conocer al notable violinista cubano en la capital mexicana, fue escrita por José Martí.
Martí y nosotros. Obra de Roberto Fabelo.
“White está en México. El culto de las artes ennoblece el ánimo y embellece las fisonomías; el gran violinista es sumamente simpático”.
La primera exclamación que dio a conocer al notable violinista cubano en la capital mexicana, fue escrita por José Martí. Para el también recién llegado a la región azteca, fue una verdadera suerte coincidir con tan extraordinario músico y compositor, José White, que destacaba por su solidez ya consagrada a los 39 años de edad y la elegancia de su raza negra.
El Martí que llega a México con 22 años, entre 1875 y 1877, ya lleva sobre si la deportación a España. Acusado de apostasía, desafecto al gobierno colonialista español en Cuba, encontró matices intensos en la tierra mexicana. Inmersa en una intensa lucha política interna, las condiciones fueron favorables para la profundización del pensamiento, la socialización en un amplio mundo cultural y la exposición de la sensibilidad de José Martí. No escapó a ello, la estética de las manifestaciones artísticas y especialmente de la que calificaba como la más bella forma de lo bello: la música.
LA BELLA CUBANA (de Jose White Laffite) por EL TRIO CUBANO (1924)
¡Bravo!
Era un escenario de gran porte, el Teatro Nacional. A lo largo de la calle Vergara, cerrando la Avenida Cinco de Mayo, desfilaban decenas de personas engalanadas para la ocasión. Todos iban a disfrutar del virtuoso que conjugaba una gran maestría artística, con su condición de mulato cubano, graduado en Francia y partidario de la independencia de Cuba.
En el magnífico teatro -considerado entonces, la obra arquitectónica más importante de la ciudad de México, luego demolido-, con un aforo de 2395 butacas, los presentes contemplaron la maravilla, pero solo José Martí pudo describirlo tan merecidamente, como a quien se le sale el alma del cuerpo.
Previamente había preparado al público, con su nota del 21 de mayo de 1875. “Se dice que con su arco hace llorar; se dice que sabe la manera de agitar con sus cuerdas todas las conmociones del alma.”
Fue asunto de los astros, la coincidencia con el músico cubano. A escasos días de su llegada a México, Martí es presentado, posiblemente por Manuel Mercado, a Vicente Villada, director de Revista Universal. Aunque el diario incluía la política, el comercio y la literatura, entre las primeras notas que realiza en su redacción, de la primera calle de San Francisco, hoy Madero, tiene que ver con la música. La Revista también comienza a editar, en forma de folletín encuadernable, la traducción al español de Mes fils, del escritor francés Víctor Hugo, hecha por Martí. Era esta, sólo una parte del amplio trabajo, que desarrollaba como crítico de arte y analista político.
Par de días siguientes, provoca con su anuncio en la Revista Universal: “Volvemos a llamar la atención sobre el concierto de hoy. White no es ya desconocido para el público: algunas semanas hace tradujimos su biografía del francés y le dimos lugar preferentemente en nuestras columnas.”. Se daban a conocer, las piezas musicales que interpretaría según el programa previsto, augurando que esa noche sería una verdadera fiesta para el Teatro Nacional.
Obra de la pintora Diana Balboa (Detalle)
Después de la imborrable velada musical, apareció una crónica de Martí el 25 de mayo de 1875. Intentaba resumir, si se pudiera, la impresión que le había causado el destacado violinista, autor de obras como “La Bella Cubana”. “White no toca, subyuga: las notas resbalan en sus cuerdas, se quejan, se deslizan, lloran: suenan una tras otra como sonarían perlas cayendo”.
“Ora es un suspiro prolongado que convida a cerrar los ojos para oír, -ora es un gemido fiero que despierta el oído aletargado: en el “Carnaval de Venecia”, las notas ya no gimen ni resbalan, -salpican, saltan, brotan: allí encadenan voluntad y admiración.”
“Aquel violín se queja, se entusiasma, regaña, llora: ¡con qué lamentos gime! ¡Con qué dolor tan hondo se desespera y estremece!”
Admirado ante la reacción del auditorio en pleno, relató: “White era saludado con salvas de aplausos. El público se movía con los movimientos de su arco poderoso: no parece un instrumento que obedece: antes una soberbia voluntad que cautiva, domina y manda.”
Era Martí fascinado ante la belleza de la interpretación. “Momentos hay en que su arco, no corre sobre el violín; se irrita con él, lo hiere, lo enajena, lo arrastra y lo esclaviza con una irresistible voluntad. Precipita, confunde, mezcla, rueda sobre las cuerdas docilísimas, corrientes de notas. Jamás vi yo triunfo tan completo del hombre sobre las dificultades de la armonía.”. “Cuanto quepa de alabanza, White, lo merece.
Cuanto de arte quepa, White lo tiene. Cuanto de ardiente inspiración viva en un hombre, vive en aquellas cuerdas cautivadoras y suaves, ya enérgicas como la ira, ya tenue como la música de amor. Suspiros agitados: ¡cuántas veces son esto las notas dulcísimos de White!”.
En medio de la añoranza por Cuba, la actuación de José White en México, levanta el orgullo patrio. “Hijo es él de aquella tierra en que el crepúsculo solloza: en que los cañaverales gemebundos besan perennemente con su sombra las clarísimas aguas de los ríos: hijo es de mi patria muy amada, donde las pencas de las palmas,-regiamente inclinadas a la tierra como el penacho de la india querida de la hermosa llanura americana,-pueblan las horas de la tarde con un rumor doliente y misterioso, vago como el lamento de almas idas que vuelven a la tierra en que vivieron, en busca de sus abandonados y huérfanos amores”.
“White tiene en su genio toda la poesía de aquella tierra perpetuamente enamorada, todo el fuego de aquel sol vivísimo, toda la ternura de aquellos espíritus partidos, cariñosamente vueltos a buscar entre las palmas a los que les fueron en la tierra espíritus amados.”
Suspendida su alma ante la actuación de quien calificó con los adjetivos exactos. “Horas fueron para mí de regocijo y entusiasmo las que pasé conmovido con su arco: páginas sean éstas de gratitud y afecto para él, yo me siento orgulloso con que mi patria sea la patria de este artista perfecto y eminente.”
La clave martiana esencial, es su comprensión de la “cultura espiritual”. Por eso volvió al teatro, para la segunda presentación, cuya reseña fue publicada el 30 de mayo de 1875.
La Revista Universal de México, anunció que el concierto iba a ser más memorable aún y así fue: “Bien hizo la Revista en decir que el concierto del pasado domingo sería una solemnidad musical: el público acudió a escuchar esas notas brillantes, tiernas, irritadas o suavísimas que de manera tan dulce enamoran el oído que las oyó una vez”.
Mientras escuchaba, veía a quien con apenas diecinueve años de edad, ofreció su primer concierto en Matanzas. Para entonces, el joven White tocaba dieciséis instrumentos musicales: además del violín, la viola, el violoncello, el contrabajo, el piano, la guitarra, la flauta, el cornetín y la trompa. Esa vez fue acompañado por el célebre pianista norteamericano Luis M. Gottschalk, y al año siguiente, fue llevado al Conservatorio de París, donde gana el primer premio de violín, con lo cual quedó consagrado definitivamente entre los virtuosos del instrumento. En México, José Martí no salía del asombro y describía así, tan grande oportunidad.
“Cuando rodaban sobre el violín aquellas notas salpicadas, encontradas, destacadas, contenidas en el aire por aquel arco dueño, y vigoroso, la admiración de los espectadores ponía en todas las bocas un murmullo unánime, que ni a sí mismo quería oírse por seguir oyendo cada uno de los acentos del artista.”
También los mexicanos amantes de la música de concierto, quedaron fascinados, por lo que hubo una tercera presentación en el Conservatorio, también promovida por dicho periódico.
El seis de junio, describió la actuación de José White interpretando la música de Bach: “El arco de White resbaló primero sobre las cuerdas, luego rodó sobre ellas, luego las oprimía al correr, iba y venía en carreras incesantes: cuando todo estaba agotado, había algo más que agotar, cuando todas las voces del instrumento gemían vencidas, y todas lloraban y murmuraban todas, aún había nuevos gemidos, aún había iras nuevas en aquellas cuerdas fatigadas, impotentes ya, ya dominadas por aquella mano soberbia y poderosa que excita y subleva contra sí a las cuerdas para luchar con ellas, oírlas sollozar, y subleva contra sí a las cuerdas para luchar con ellas, oírlas sollozar, oírlas gemir, doblegarlas absolutamente y no descansar hasta vencerlas. Estalló el público en bravos incesantes.”
Al final del artículo, aseguró que el evocación seria imborrable: “…mañana sábado, White nos dice adiós: haya para él en su senda tantos tributos la gloria, como recuerdos inolvidables deja en México, y muy dulces y muy queridas memorias en el espíritu, ante el suspenso y agitado, de su más humilde y entusiasta admirador.”
En los meses siguientes, el Teatro Principal se estrena la obra de José Martí, “Amor con amor se paga, representada por Concepción Padilla y Enrique Guasp. Al caer el telón el público pide, entre aplausos, que se presente el autor, cuyo nombre no había sido anunciado en los carteles y programas. A pesar de la negativa del joven escritor, ambos actores lo conducen al escenario, donde Conchita le entrega, a nombre de la compañía artística, una corona de laurel.
Pocas veces citamos al Héroe Nacional de Cuba -1853 a 1895- y prócer de la independencia latinoamericana, en toda su dimensión estética. En ocasión del natalicio de José Martí el 28 de enero, nos acercamos a su visión de la música y a su obra literaria, tan bellamente cantada por los artistas cubanos.
Versos de Josè Martì cantados por Sara Gonzàlez
Guía para el espíritu.
Para Martí, quien tempranamente comprende a la cultura como el completamiento de la condición humana, la armoniza con su visión inclusiva a la cultura del trabajo, físico o manual y del intelectual. Útiles, sean “de salón” o de “fábrica”. El trabajo debía ser “alimento, y no modo enfermizo y agitado de ganar fortuna”, y la vida debe encaminarse “más a hacer oro para la mente que para las arcas”. “Hombres a medias”, nacerán de lo hueco y artificioso, de la “máscara y el vicio”.
La música es para él, una expresión de las condiciones de vida del sujeto que la produce, pero además, ha de ser ilimitadamente ansia y propósito del mejoramiento humano. “La compañera y guía del espíritu en su viaje por los espacios”.
Así concibe la educación musical de la niña María Mantilla -albergado por sus padres, en los oscuros años del exilio- sobre la cual se especuló su paternidad. Con vocación especial, la introdujo con delicadeza en el mundo del conocimiento y el arte.
Son reconocidas las cartas en las que le mostraba el camino de la belleza, especialmente “la música”, por lo que le animó a aprender el piano y a cultivar su voz. “A mi vuelta sabré si me has querido, por la música útil y fina que hayas aprendido para entonces: música que exprese y sienta, no hueca y aparatosa: música en que se vea a un pueblo, o todo un hombre, y hombre nuevo y superior”.
“La música -decía Martí- es más bella que la poesía, porque las notas son menos limitadas que las rimas: la nota tiene el sonido, el eco grave, y el eco lánguido con que se pierde en el espacio”; “el sonido tiene más variantes que el color y el alma gusta más de la música que de la pintura”.
Su mayor preocupación, era verla crecer como una mujer virtuosa. Por eso el énfasis, en estimular su sensibilidad a través del arte. Entendido que “el arte ha de madurar en el árbol, como la fruta”.
Al acercarla al difícil género operístico, ya venía de una valoración al respecto. “De ópera hay dos casas. Una de ópera italiana; otra alemana, donde con artístico relieve desfilan ante un público ceñudo las figuras resplandecientes y vagas como las nebulosas de la leyenda de Wagner, parecen una cohorte de guerreros de plata, suben por un cielo oscuro en el lomo de un inmenso cisne”.
Para la niña, escoge Carmen. Una ópera dramática en cuatro actos con música de Georges Bizet, quien murió joven de un ataque al corazón, sin llegar a saber nunca cuán popular iba a ser. En 1875, fue producida en Viena con éxito de público y crítica, lo que marcó el inicio de su popularidad mundial.
La audaz trama de Carmen, devino en signo de la liberación de la mujer. Protagonizada por la actriz francesa Calve, la interpretación afirmaba que “libre nació y libre ha de morir”. Así, con un mensaje ético y estético, inicio a la adolescente en el género, de la que es hoy la ópera francesa más famosa e interpretada en el mundo entero.
Porque entendía de la música de alto vuelo. Así, calificó a algunos creadores como el penetrante Verdi, el dificilísimo Mozart, el melifluo Bellini, el poderoso instrumentista Meyerbeer. “La música- dijo- ha de crear como en Handel, ha de gemir como en Verdi, ha de pintar como Mendelssohn. O cuando califica “la majestad de Liszt, el color de Saint-Saens y la plenitud y misterio de Shumann”.
Igualmente apreció intérpretes de la época, como a la soprano dramática Kristina Nilsson, el barítono francés Jean Louis Lasalle, la italiana Adelina Patti o el tenor -español- lírico Sebastián Julián Gavarre.
“Lasalle canta lealmente, sin florear la partitura; voz llena, igual serena y alta”; “la Nilsson no desdeña el trino…pero no abusa de él, su canto sigue de cerca la partitura de su creador; la Patti, criatura canora, de cristal hecha y plata, que aras merece, y no loas de plumas” y sobre Gavarre exclamó: “¡Qué frasear y qué atacar notas agudas!”
Amaury Pérez 1978 Canta a José Martí
De lo culto a lo popular.
Gonzalo Quesada Aróstegui, quien fue albacea de Martí en cuanto a su obra literaria, también afirmó su gusto por los géneros populares. El abogado de profesión, participante en la fundación del Partido Revolucionario Cubano, supo de esta preferencia de Martí, por María Mantilla, que lo escuchaba tararear el estribillo de la guaracha El negro bueno, de F. V. Ramírez. Es la misma que se cantó en el Teatro Villanueva de la capital cubana, cuando el brutal asalto de los Voluntarios españoles, el 21 de enero de 1869.
Otra composición popular que le gustaba mucho a Martí era “Las campanillas”, de Pedro Fuentes. El músico Pedro Pons rememoraba cuanto disfrutaba Martí, de su humilde composición Mariposita.
El Apóstol de Cuba, creo la letra de una composición titulada “El proscrito” y bautizada por los emigrados de Tampa, Cayo Hueso, Jacksonville, Ibor City y demás lugares de la Florida, como La canción del Delegado. El tabaquero cubano emigrado Benito O´Hallorans, musicalizó las estrofas.
Cuando proscrito en extranjero suelo
La dulce patria de mi amor soñé
Su luz buscaba en el azul del cielo
Y allí su nombre refulgente hallé.
Perpetuo soñador que no consigo
El bien ansiado que entre sueños vi.
Siempre dulce esperanza va conmigo
Y allí estará en mi tumba junto a mí.
Pablo Milanes Versos de Jose Marti
Ardiente entusiasmo.
La señora Carmen Amalia, esposa del escritor Federico Henríquez Carvajal, amigo de Martí, tocó varias piezas en su piano, entre ellas una canción cubana: “La Bayamesa”. Lo hizo a ritmo de vals. De esa velada musical en 1892, alguien recuerda a Martí, tarareando los versos iniciales, como un entusiasta que sigue la melodía, cuenta en su investigación Pedro Herrera Echavarría.
Igualmente recuerdan una narración con claro estilo martiano y sin su firma, sobre una presentación de caridad, organizada por el compositor Antonin Dvorak, considerado el principal representante del nacionalismo checo en la música. Sucedió en la sala de concierto del Madison Square Garden, el 27 de enero de 1894, con la orgullosa actuación de artistas negros.
De ese bello espectáculo, José Martí alabó al coro de niños, calificándolo “con voces vibrantes, claras y finas”. Igualmente se refiere a una solista: “cuando la señora John dio el La sobreagudo, con toda naturalidad como la Patti en su mejor momento, y cantó con tanto brío y gracia como cultura, el público no hallaba manera de acabar de aplaudir”.
Apunta que “el público esperaba muy poco de la fiesta… al retirarse se iba lleno de ardiente entusiasmo por lo sorprendente y satisfactorio del espectáculo… ¡Todos los artistas en aquel concierto, con una sola excepción, pertenecían a la raza de color!”
También el musicólogo y novelista Alejo Carpentier, nos descubrió al Martí amante de la música, demostrado en sus Cuadernos de Apuntes, su interés por estudiar este arte, a lo que se suman vastas reseñas dedicadas a la ejecución musical.
“El color tiene límites, la palabra labios, la música, cielo”. Solo comparable para José Martí, con el amor y la muerte -la música- únicos capaces de romper lo que impida el vuelo espiritual, para un hombre escapado de sí mismo.
Tomado de: Telesur
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