20 enero, 2022
Viedma.- (APP)
La vida del exgobernador del territorio de Santa Cruz, general Edelmiro Mayer, daría para más de una película o novela. Fue amigo de Mitre y Roca, viajó a los Estados Unidos donde conoció a Lincoln y luchó para abolir la esclavitud, marchó luego a México donde se alistó a favor de Benito Juárez contra el emperador Maximiliano, hizo amistad con el patriota cubano José Martí, escribió libros y encaró con fervor la tarea de “conquistar el desierto” en el sur argentino. Presentamos una síntesis de esta asombrosa y, como nos pasa a los argentinos, casi desconocida historia a través de la crónica del escritor e historiador Raúl Larra, de su libro “Al sur del Colorado” (Ediciones Eurindia, 1983).
El general Edelmiro Mayer llegó a Río Gallegos en abril de 1893. Intimo amigo de Mitre, Roca y Roque Sáenz Peña, había sido nombrado gobernador del territorio de Santa ‘Cruz en reemplazo de Ramón Lista.
La vida de Mayer es una aventura digna de novelarse. Porteño, nacido en 1834, hijo de padre alemán y madre española, ingresó desde muy joven en el Ejército, peleó en Cepeda y Pavón con el grado de capitán y luego de sargento mayor. Acompañó al general Paunero en su expedición al interior. Éste, en su calidad de jefe, lo promovió a teniente coronel. Mitre, gobernador de Buenos Aires, le desconoció a Paunero autoridad para otorgar ascensos, pero a su vez confirmó el de Mayer, quien, disgustado, lo rechazó pidiendo la baja del ejército.
Emigra a los Estados Unidos de Norte América. Trabaja primero en el comercio y luego ingresa como instructor en un instituto militar donde hace amistad con el hijo de Lincoln, en cuyo bufete de abogado ingresa. Designado presidente, Lincoln lo nombra para un alto cargo. Sobreviene la guerra civil. Mayer hace campaña periodística en favor de la abolición de la esclavitud y forma unidades de combates con gente de color, comandando una de ellas como teniente coronel. Se distingue en Chattannoga, es herido gravemente en la batalla de Olustee y se destaca en el sitio de Richmond, que clausura la guerra con la derrota de los sudistas. Allí es protagonista de un acto temerario. Para ganar una apuesta se asoma despreocupado durante un minuto en un desfiladero sometido al fuego de los tiradores enemigos, que creyéndolo quizá un parlamentario o un suicida no le disparan. Vuelve a su puesto y cobra el dólar apostado.
Después del asesinato de Lincoln, Mayer marcha a México y se alista en favor de Benito Juárez contra las tropas del emperador Maximiliano. Le reconocen su grado y le otorgan mando de tropa. Pero por ser gringo algunos lo consideran yanqui. Su segundo, el teniente coronel Cañas, lo ofende. Mayer lo reta a duelo, a la mexicana, a 20 pasos, con dos pistolas y avanzando. Su contendiente muere mientras Mayer recibe cinco balazos de los que termina reponiéndose.
A los 30 años es general del ejército mexicano y uno de sus jefes en el sitio de Querétaro. Desdeña capturar a Maximiliano, detenido por otros y ejecutado. Penetra solo en la ciudad sitiada para correr una aventura amorosa. Descubierto se presenta al general Márquez, jefe de las tropas enemigas y le aclara que no es un espía y le insta a la vez a rendirse porque la ciudad está vencida. Márquez lo devuelve a las filas republicanas. Al caer Querétaro se lo busca a Márquez para fusilarlo, pero Mayer -en retribución a aquel gesto- lo oculta en su tienda y lo salva.
Tiempo después Mayer queda envuelto en una conspiración contra el gobierno. Juzgado, se lo condena a muerte. Sarmiento, diplomático en Norteamérica, interviene y consigue su indulto. Luego en su “Vida de Lincoln” se referirá a Mayer con encomio.
Vuelve a Estados Unidos donde hace amistad con José Martí, el patriota cubano, que soñando con liberar a su patria lo invita a participar en la expedición que prepara. Pero Mayer, cansado de tanto trajinar por tierras americanas, con la nostalgia de los suyos, regresa a Buenos Aires. Por decreto le otorgan el rango de coronel que rechaza, entendiendo que él ya es general, con suficientes títulos ganados en acciones bélicas. Un año después lo reconocen como tal y le brindan mando. Al sobrevenir la lucha por la federalización de Buenos Aires, Tejedor lo designa jefe de la resistencia contra las tropas del presidente Avellaneda. A raíz de la derrota queda fuera de las listas del ejército y nunca, pudiendo hacerlo, pide su reincorporación. Escribe libros: Campaña y guarnición, Relatos de la vida militar, y El intérprete musical; traduce a Poe y una biografía suya.
Sin embargo, habiendo vivido siempre al borde del riesgo y el peligro, añora empresas más expuestas y rigurosas. Y se marcha a colonizar la Patagonia. En esa tarea lo sorprende su nombramiento como gobernador de Santa Cruz. Un cargo ideal para su espíritu de aventura y su afán de progreso y libertad.
Advierte de entrada que la región necesita imperativamente aumentar su población. Continuando los esfuerzos de sus antecesores, Moyano y Lista, procura que los nuevos pobladores no se arraiguen en los centros urbanos de la costa sino se internen hacia el oeste, rumbo a la Cordillera. Acoge de inmediato toda solicitud de tierras alejadas. Así concede a Guillermo Game y a Ernesto Cattle 20.000 hectáreas sobre la margen sur del Lago Argentino. El 3 de mayo de 1894 Ernesto von Heinz pide otras tantas en la zona de Planicie de Diana. Cinco días después Mayer resuelve expeditivamente la solicitud.
Poblar, poblar, poblar. Llegado el caso, por encima de la ley. Un vecino se presenta a exponerle: desea casarse con una menor pero sus padres se oponen. Mayer autoriza el matrimonio en nombre de una curiosa potestad que se atribuye. Otro poblador también quiere constituir un hogar pero carece de documentos de identidad y el Juez de Paz no accede a registrar, en esas condiciones, el desposorio. El gobernador dirime la cuestión arguyendo que “la felicidad de dos personas” está más allá de esa carencia. “Creced y multiplicaos” es la ley que estatuye en medio de ese páramo.
Pragmático, ejecutivo, consciente del medio en que actúa, tiene un solo norte: transformar el desierto. Su gestión no es fácil; de pronto se siente abandonado por la mano de Dios. Y se queja al ministro del Interior: “Tengo voluntad y perseverancia para cumplir los propósitos que me han animado al recibirme del puesto de gobernador, pero sin la ayuda del Gobierno Nacional poco podré hacer, y menos aún si a cada paso se ha de sentir que existen deficiencias en las resoluciones superiores y que solo son una rémora en las tareas que se realizan para el adelanto del territorio”.
No hay aspecto de la vida colectiva que escape a su mirada y a su desvelo. Poblar y educar son sus prioridades. Así funda la escuela de Puerto Santa Cruz y estimula las salesianas.
Procura que Río Gallegos y Puerto Santa Cruz, las dos poblaciones principales, crezcan en orden, que sus calles sean rectas y las manzanas formen un damero regular. Gestiona la creación de un puerto sobre el río Gallegos, en Güer-Aike; obtiene una partida de diez mil pesos para trazar un camino desde la capital hasta la zona de Ultima Esperanza.
Aboga Mayer por una oficina del Registro Civil en Puerto Deseado. “Si alguien quiere contraer enlace en aquella zona tiene que trasladarse a Puerto Santa Cruz”, argumenta. Insiste en que se eliminen las aduanas, siguiendo el ejemplo de la chilena Punta Arenas, que atrae todo el comercio de la región al ser declarado puerto libre. Apoya las expediciones científicas en el territorio de Carlos Burmeister Clemente Onelli y Carlos Ameghino. Y a la vez se encarga de difundir sus descubrimientos y hallazgos, en los diarios porteños, despuntando su antigua inclinación de periodista.
Llega de Londres para los pobladores una goleta con mercadería mal despachada por el cónsul argentino. Por esa irregularidad de los papeles la Aduana no autoriza la descarga. Mayer interviene y ordena la entrega del cargamento a cada destinatario: “No tienen por qué sufrir los pobladores las consecuencias de la ignorancia de un funcionario nuestro”.
Para industrializar la producción pecuaria fomenta la instalación de una grasería. Apoya la extensión de los servicios navieros hasta Río Gallegos. Y convence al italiano Montello que fabrique ladrillos.
Había peleado en favor de la abolición de la esclavitud, en Estados Unidos; por la república mexicana junto a Benito Juárez; solidario con José Martí en la liberación de Cuba. Y ahora, allí, en ese confín del mundo, a los 63 años, después de una vida de combates por la libertad humana, dispone todas sus energías para que la argentina austral deje de ser el reino de la desolación y el frío.
Está en su modesto despacho preparando como un general en jefe su plan de ataque, su ofensiva sin tregua, cuando cae fulminado sobre su mesa de trabajo. Es el 4 de enero de 1897.
Tomado de: Agencia Periodística Patagónica
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