Por Alejandra Brito Blanco
24 enero, 2022
La impronta martiana está presente en toda obra de la Revolución cubana.
Corría la noche del 24 de enero de 1880 cuando el recién llegado arribó al Steck Hall. Todavía no cumplía los 27 años, pero ya había sido deportado dos veces por las autoridades españolas. Quizás aquel decaído público de emigrados cubanos no conociera la magnitud patriótica de José Martí, pero todos prestaron atención a sus palabras.
“El deber debe cumplirse sencilla y naturalmente”, fue su frase inaugural. Concisa, lapidaria. Comenzó con un arranque de humildad propio de quien no quiere honores para sí, sino la gloria y libertad de su Patria. De esta manera iniciaba su primer discurso en Nueva York, carta de presentación ante los emigrados cubanos en Estados Unidos.
Quería exaltar a veteranos y “pinos nuevos”, llevarlos a comprender la necesidad de unirse para alcanzar el fin común. Señalaría que estaba por venir “la Revolución de la reflexión”, donde no solo habría lugar para la cólera. Habló durante horas, ante una multitud atenta. Arrancó gritos de júbilo a una comunidad presa del desaliento.
Martí llegó a la ciudad a inicios de año en el buque-correo Francia. El nueve de ese mismo mes fue elegido vocal del Comité Revolucionario Cubano, por voto unánime y a propuesta de Calixto García. Sus esfuerzos estaban dirigidos a conseguir todo el apoyo posible para la Guerra Chiquita.
Primero evocó la histórica hazaña de la Guerra de los Diez Años. La convocatoria de lucha seguía en pie, esta vez en la palabra ardiente del Apóstol. Buscaba exaltar a los presentes, hacerles entender que el no era hora de descanso, sino de persistir en el afán de la independencia. El precio de la libertad sería alto. Debía ser pagado con sangre, no con lágrimas.
Lectura en Steck Hall pasó a la historia como uno de los discursos más emblemáticos del Apóstol.
Entre conceptos políticos y filosóficos, recurrió a la emotividad de sus interlocutores. Allí aparecería la raíz de su desarrollo ideológico y su evolución como líder. Asomaba la simiente de quien fundaría, años más tarde, el Partido Revolucionario Cubano, el periódico Patria y dedicaría sus esfuerzos a preparar la contienda libertaria del 95.
Diversos investigadores señalan la importancia de esta intervención en que fuera elegido presidente del Comité Revolucionario Cubano, el 16 de marzo de ese mismo año.
El trascendental discurso ha pasado a la historia con el nombre de Lectura en Steck Hall. Más tarde fue convertido en un folleto de unas 20 páginas, cuya venta contribuyó a engrosar los fondos de la causa.
El poeta, narrador, ensayista y crítico cubano Cintio Vitier escribió sobre la disertación: “La búsqueda de la forma, de la coherencia, del sentido, es lo que centralmente aporta Martí a la oscura inquietud de las fuerzas que se mueven en Cuba y en la emigración. Por eso este discurso no es solo una prédica exaltada, sino también –y de aquí su carácter híbrido– una primera configuración política, y aún filosófica, del hecho revolucionario cubano (…)
“Por eso, junto al reiterado ataque a la «urbana y financiera manera de pensar» de los autonomistas, junto a la exaltación de las energías radicales y puras del país, llega enseguida el reclamo de la unidad”.
Tomado de: Razones de Cuba
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