Por Yang Fernández Madruga/ Adelante
25 Enero 2022
CAMAGÜEY.- Los ideales martianos son como la sal que adereza el patriotismo de los cubanos. Da sustancia al pensamiento de los que desean ver bien a su pueblo y, lamentablemente, a los oportunistas y lobos vestidos con piel de cordero que lo enarbolan como instrumento de libertad. Quienes lo sienten y hablan de él, con sinceridad, lo identifica como un hombre para todos los tiempos. Quienes penetran en su espacio infinito, perciben al genio de la poesía, al mago de la palabra, al independentista de singular y total consagración por su tierra.
Sería una labor titánica enumerar las obras inspiradas en las concepciones de José Martí. Desde el deporte hasta las ciencias fueron objeto de su pupila aguzada. Y no necesitamos acudir a títulos o artículos de autores reputados para descubrir vestigios de las raíces de El Apóstol en nuestras almas. De la propia labor de los estudiantes universitarios, redescubrimos sus esencias.
En la Universidad de Camagüey, Ignacio Agramonte Loynaz, se hallan investigaciones, como la de Yarisley Morejón Calderón, que versa sobre Félix Varela, precursor del ideario martiano. En su discurso nos trasmite cómo “(...) los dos sabían a dónde podía conducir la inmadurez política de sus respectivos tiempos. Y tenían la misma visión de otra Patria más noble y creadora, democrática, sin apetencias descomedidas de los menos, sin compromisos de historia, ni de geografía”.
La autora, arroja luces de interés para ahondar en el quehacer de esas figuras, símbolo de la soberanía: “Martí reelabora las ideas varelistas de acuerdo con la situación nacional e internacional de fines de la pasada centuria, asociadas a las lucha contra la dominación neocolonial y en favor de la eliminación de toda forma de explotación del hombre por el hombre (…)”. Reflexiona en cómo el antianexionismo devino en antimperialismo en el creador del Partido Revolucionario Cubano y encuentra, puntos en común, de un anhelo mutuo por ver a Cuba insertada en el mapa libre latinoamericano.
“¿Puede ser considerado nuestro Héroe Nacional un combatiente de la guerra de los Diez años?”, nos interroga Leonardo Ramírez, en su pesquisa José Martí: Combatiente del 1868. Asegura que él “no participó físicamente en esta contienda, pero sí a través de los primeros escritos: (…) se compromete con la recién iniciada revolución, con el soneto ¡Diez de octubre!, ante la disyuntiva de la época, de si escoger a Cuba o España, dejó claro su posición al elegir a Yara, antes que Madrid, en la publicación, el Diablo Cojuelo”.
Comenta el educando que durante esos años, aún de maduración del pensamiento político de Martí, en febrero de 1873, en España, edita en forma de folleto La República española ante la Revolución Cubana, en el que plasma su inconformidad con el gobierno y el pueblo ibérico ante la guerra. A las autoridades de la metrópoli no le sería risible la actitud irreverente del autor de La Edad de Oro y, por tanto, lo condenarían al Presidio Político, el 4 de abril de 1869. Sin embargo, el héroe cubano no claudicaría ni con los castigos más crueles.
El hijo de Don Mariano Martí y Doña Leonora Pérez, conocido cariñosamente como Pepe, nació el 28 de nero de 1853. Eran gente humilde, pero de bien. Aquel muchacho sencillo, sin más ambiciones que sus cuadernos y lecturas, creció. Además, de los grandes clásicos, de las enseñanzas del formidable Rafael María de Mendive, los primeros guiños conspirativos y los dolorosos grilletes de las canteras de San Lázaro, supo que podía entregar más a su país sufrido. La amplitud de su ideología libertaria, bebió también de los pensamiento éticos de los grandes pensadores de la antigüedad.
“Martí nunca hizo de la filosofía su principal ocupación y tampoco nos dejó, como parte de su herencia teórico-ideológica una obra escrita en la que expusiera de manera organizada y sistematizada sus puntos de vista filosóficos. Sin embargo, del análisis integral y metódico de la actividad creadora del escritor, poeta, periodista, revolucionario y maestro, se extrae una mirada filosófica del mundo”, explica Ivett Hernández González en su trabajo, La moral en la concepción del hombre y la filiación filosófica de Martí.
Afirma que el prócer “vivió convencido de que el hombre debe ir a la raíz de las cosas, a su esencia, y no detenerse en lo superfluo, en lo aparente. Pero también, concibió como una parte de significativa importancia en la búsqueda de la raíz de los fenómenos, de los seres, el conocimiento de sus causas (…) de que los problemas de la liberación del “hombre natural” del “hombre real” de América, los problemas de la independencia de la Patria, no son hechos mentales, sino hechos histórico y como tales, hay que atenderlos”.
Una de las contribuciones vitales de El Maestro a la liberación de nuestra isla, fue la fundación, el 10 de abril de 1892, del Partido Revolucionario Cubano (PRC). Y en los análisis del profesor de Historia de Cuba, Narciso Montejo Lorenzo, sobre ese tema, se evidencian algunos de los fundamentos que lo hicieron un aglutinador, por excelencia, de todos los cubanos verdaderos.
“Organizó con más claridad los propósitos genuinamente revolucionarios. Se orientó en dos objetivos fundamentales: la dirección de la guerra y en la conformación posterior de la República y su mantenimiento(…) Pero la línea principal, que inspiraba, era la de consolidar una nación democrática, cordial y justiciera.
Según el autor de los Versos Sencillos, el PRC “erraría de afuera o de adentro, quien lo creyese extinguible o deleznable”, y sobre el dinero que abonaban sus afiliados refirió con honestidad y transparencia que “se ha de ver hasta las raíces porque si nace impuro no da buenos frutos”. En otro momento expresa con determinación que “el PRC es el pueblo de Cuba”.
El calendario parece alejarnos a Martí, a sus 169 años de nacido. No obstante, su absoluta entrega a la soberanía, inspira a diario, lo mismo al autor de renombre que al estudiante que lo vivifica en su tarea extraclase o el profesor durante la actividad docente. Cada uno lo retiene en el alma a su manera, y hacerlo nuestro, limpios de corazón, mente y espíritu, nos une. Leerlo, practicar su humildad, da nobleza... la sustancia necesaria, la sal patriótica que nos identifica como cubanos reales.
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