26 de Enero, 2007
Por: Rolando López del Amo
Cubarte.- Decía el dramaturgo alemán Bertolt Brecht que había quienes luchaban un año o varios años, y eran buenos; pero había los que luchaban toda la vida y esos eran los imprescindibles. A esta categoría última pertenece José Martí.
Nacido en La Habana el 28 de Enero de 1853, de padre valenciano y madre canaria, tuvo en el poeta y pedagogo Rafael María de Mendive, su ejemplo y guía de patriotismo y amor a la cultura que nos hace libres.
Cuando el Presidente Abraham Lincoln fue asesinado, Martí fue uno de los adolescentes habaneros que portó señal de luto en honor del leñador que se atrevió a talar el estigma de la esclavitud en los Estados Unidos de América. Ya antes, al ver a un esclavo colgando de una horca improvisada, el niño Martí se había jurado lavar con su sangre ese crimen.
Cuando el 10 de Octubre de 1868 Carlos Manuel de Céspedes, Padre de la Patria, proclamó la independencia de Cuba y dio libertad a sus esclavos, el joven Martí saludó el inicio de la epopeya con un soneto que concluía diciendo: “¡Rompe Cuba el dogal que la oprimía / y altiva y libre yergue su cabeza¡” Poco después sería condenado a presidio y trabajos forzados en una cantera.
A los 17 años de su vida se convertía en el prisionero 113 de la primera brigada. Angustiosas gestiones de sus padres lograron trocar esta condena por una deportación que lo llevó a España. De un eslabón de hierro de su cadena de presidiario la madre mandó hacer un anillo en el que se grabó la palabra Cuba. Esta singular prenda la portaría Martí hasta el fin de su vida.
En España publicó “El presidio político en Cuba”, patética denuncia de los horrores vividos en las prisiones coloniales. En esas páginas recuerda a sus compañeros de infortunio: el anciano Nicolás del Castillo, de 76 años; el niño negro Lino Figueredo, de 12 años, muerto allí de maltratos y viruela; Juan de Dios, el pobre anciano negro, idiota, de un centenar de años, muerto a golpes de palo. Ramón Rodríguez Álvarez, de 14 años, y su compañero Tomás, de once, prestándose socorro hasta caer en tierra, para siempre, aniquilados por la fatiga y los castigos. Dante no estuvo en presidio –escribe Martí, “si hubiera sentido desplomarse sobre su cerebro las bóvedas oscuras de aquel tormento...hubiera desistido de pintar el infierno. Las hubiera copiado y lo hubiera pintado mejor”.
También en España publicaría su artículo “La República española ante la revolución cubana”, en el que demandaba a los republicanos triunfantes que reconocieran el derecho de Cuba a ser libre. “Cuba quiere ser libre – escribe Martí- Y como los pueblos de la América del Sur la lograron de los gobiernos reaccionarios, y España la logró de los franceses, e Italia de Austria, y México de la ambición napoleónica, y los Estados Unidos de Inglaterra, y todos los pueblos la han logrado de sus opresores, Cuba, por ley de su voluntad irrevocable, por ley de necesidad histórica, ha de lograr su independencia”.
En Madrid escribiría también Martí un sentido poema en honor de ocho estudiantes de medicina habaneros fusilados el 27 de Noviembre de 1871, tras una falsa acusación cuya mendacidad sería reconocida públicamente años después. Concluidos sus estudios de Derecho y Filosofía y Letras en la Universidad de Zaragoza, Martí viaja a México, vía Francia, a reunirse con su familia que se había instalado en ese país. Es un joven de 22 años. La estancia en México le abrirá la puerta al conocimiento directo de la América continental donde indios y mestizos son la mayoría de la población. Arrastrando males corporales que no le abandonarían jamás, encontró en el periodismo cauce apropiado para sus energías de desterrado.
En México comenzó a perfilar su visión americana mayor
A la estancia en México le siguió otra en Guatemala, donde a su condición de escritor añadió la de maestro, desempeñándose como profesor en la escuela Normal y en la Universidad.
Terminada en 1878 la primera guerra de independencia cubana sin lograr la victoria, Martí, ya casado y padre, vuelve a Cuba, pero vinculado siempre al movimiento independentista, Pronto es detenido y deportado a España, condenado a la prisión africana de Ceuta. Ya en España, la pena es conmutada y logra escapar a Francia para trasladarse esta vez a Nueva York, donde forma parte, y hasta llega a presidirlo, del comité revolucionario cubano que apoya un nuevo intento de lucha armada por la independencia encabezado por el general Calixto García, héroe de la guerra anterior. Fracasado el intento en apenas un año, Martí decide trasladarse a Venezuela y permanece varios meses en Caracas, donde trabaja como periodista y funda “La Revista Venezolana”.
De Venezuela Martí decide regresar a Nueva York. Allí residirá durante catorce años, completará su visión del mundo y continuará su obra patriótica que culminará con la fundación del periódico “Patria” y del Partido Revolucionario Cubano, el partido único de los independentistas cubanos, forjador de la unidad y organizador de la última guerra de independencia contra la dominación colonial La nueva guerra, continuadora de aquella del 68, y tan necesaria como inevitable, pues las autoridades coloniales preferían que Cuba, de no ser española fuera norteamericana, pero nunca independiente, se reanudaría el 24 de Febrero de 1895.
Como General en Jefe del Ejército Libertador, previa consulta con los viejos combatientes del 68, se había seleccionado al dominicano Máximo Gómez, héroe de múltiples hazañas militares y jefe probado. En la carta en la que Martí le propone a Gómez que acepte esta tarea de organizar el ejército que conquiste la independencia le ofrece, como única recompensa, el placer del sacrificio y la ingratitud probable de los hombres. De Cabo Haitiano saldrían hacia los campos de batalla en Cuba, Martí y Gómez, alcanzando las costas de Playitas en un pequeño bote de remos y con unos escasos acompañantes.
La guerra que se iniciaba, según circular firmada por Martí y Gómez, debía ser sinceramente generosa, libre de todo acto de violencia innecesaria contra personas y propiedades, y de toda demostración de odio al español. Todos los actos y palabras de esta –decía la circular- deben ir inspirados en el pensamiento de dar al español la confianza de que podrá vivir tranquilo en Cuba, después de la paz.
Así se preparaba el camino para una República sin despotismo y sin castas mediante un esfuerzo desinteresado y heroico dirigido por un partido que sabía que lo que un grupo ambiciona, cae; pero lo que un pueblo quiere, perdura.
Apenas un mes más tarde de su llegada a Cuba, el 19 de Mayo, el Delegado del Partido Revolucionario Cubano, que así denominó Martí el más alto cargo de dirección de la organización política que creara, moría en combate en los campos de batalla. Tenía entonces 42 años.
¿Qué hace que la figura de Martí haya influido tan decisivamente en la vida cubana durante un siglo y sea para su pueblo el apóstol, el maestro, el héroe nacional? ¿Qué lo convierte hoy, no sólo en figura histórica, sino en un contemporáneo para América y el mundo?
Para los cubanos, Martí es el gran forjador de la unidad nacional, expresión misma de la nacionalidad cubana, símbolo de la identidad; ejemplo de patriota y hombre público, de revolucionario cabal; es el escritor admirado; es el visionario que previó el porvenir y dejó consejos, advertencias y enseñanzas que alzan al ser humano hasta su mayor altura. Es símbolo de lucha y sacrificio para que lo mejor del hombre venza a la fiera que también habita en él, y pueda el espíritu amanecer, radiante, en medio de los mundos. Es el hombre nuevo capaz de morir en la cruz todos los días por el bien del prójimo.
En tremenda batalla de ideas tuvo que derrotar al integrismo colonialista, al neocolonialismo autonomista y al anexionismo que anhelaba un nuevo integrismo con otra metrópolis, trocar amos. El defendió que Cuba debía ser libre de España y de los Estados Unidos. El confirmó el rumbo hacia la independencia plena que habían preconizado en el primer cuarto de siglo los grandes precursores: el presbítero Félix Varela, renovador del pensamiento y la enseñanza, y el poeta José María Heredia, iniciador del romanticismo en lengua española, impresionante cantor del Niágara y del Teocali de Cholula. El resumió las luchas de casi un siglo de sus compatriotas y les dio la continuidad necesaria. El unió al exilio con el país, a la generación nueva con la de los fundadores, a los hombres de empresa y los de oficio, al campo y la ciudad, a los trabajadores todos, al hombre y la mujer, al negro y al blanco, a todos los que eran capaces de amar y fundar.
El afirmó que cubano era más que blanco, que mulato, que negro, porque hombre era más que negro, mulato o blanco. El dijo que combatiendo por la libertad habían caído juntos los blancos y los negros y sus almas, abrazadas como hermanos, habían subido juntas a los cielos.
El exaltó a los trabajadores, rurales y urbanos, como los tabaqueros de Tampa y Cayo Hueso que constituían las células más abnegadas y enérgicas del Partido revolucionario Cubano. “Como trabajo. Amo a los que trabajan”, decía.
El expresó siempre su amor por los pobres de la tierra, con quienes decidió echar su suerte. El recordó que “las campañas de los pueblos son débiles cuando en ellas no se alista el corazón de la mujer, pero cuando la mujer se estremece y ayuda...la obra es invencible”. El dijo que su oficio era hermanar y que la República futura debía ser justa y abierta, una en el territorio, en el derecho, en el trabajo y en la cordialidad, levantada con todos y para el bien de todos y su ley primera el respeto a la dignidad plena del hombre.
Para Martí la política es el arte de ir levantando hasta la justicia la humanidad injusta. “¿No es lícito – se preguntaba- procurar, conservando en su plenitud los estímulos y el arbitrio propio del hombre, un estado donde distribuyendo equitativamente los productos naturales de la asociación, puedan los hombres que trabajan vivir con descanso y decoro de su labor?” “Nada es tan justo como la democracia puesta en acción.”
“Cada cual –consideraba Martí- se ha de poner en la obra del mundo a lo que tiene más cerca, no porque lo suyo sea, por ser suyo, superior a lo ajeno, y más fino o virtuoso, sino porque el influjo del hombre se ejerce mejor, y más naturalmente, en aquello que conoce, y de donde le viene inmediata pena o gusto: y ese repartimiento de la labor humana, y no más, es el verdadero e inexpugnable concepto de la patria. Levantando a la vez las partes todas, mejor, y al fin quedará en alto todo: y no es manera de alzar el conjunto el negarse a ir alzando una de las partes. Patria es humanidad, es aquella porción de la humanidad que vemos más de cerca, y en que nos tocó nacer”.
Fuente: CUBARTE
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