lunes, 29 de enero de 2007

La amante de José Martí.

Posted on Sun, Jan. 28, 2007
CARLOS RIPOLL

Martí no era ''un bailarín de virtud'', como le confesó a un amigo, sino un hombre que conocía ''todos los dolores, todos los engaños, todas las razones de dudas, todas las inquietudes y los tormentos todos de los hombres''. Lo ejemplar en Martí es donde fue eminente: el patriota, el Apóstol, el escritor. Martí es uno de esos personajes cuya altura da relieve a su vida amorosa: lo único extraordinario en ella fue su amistad con la García Granados, la invención de un poeta: la ''Niña de Guatemala'' no murió de amor.

El trajín amoroso de Martí fue común: un rosario de mujeres breves en la juventud, alguna llamarada, la boda, el fracaso, la amante. Ni Carmen Zayas Bazán era mujer para Martí, ni Martí para ella. Carmen se enamoró del genio, pero el genio de Martí no estaba hecho para lo que ella quería. Martí, por su parte, se enamoró de la gracia de la camagüeyana, y hasta quizás de su alcurnia, pero al patriota no le interesaron esos valores. Durante un tiempo el hijo mantuvo el matrimonio unido. Lo que rompió la tregua fue el cansancio de Carmen de vivir en el extranjero, y la resistencia de Martí a volver a Cuba mientras no fuera libre. ``Allí toda bofetada me sonaría en la cara''.

Los que no gustan de Carmen, dicen que lo abandonó en 1885, pero no es cierto, la mujer y el hijo habían ido a Cuba en ''temporada de patria''. Martí andaba sin empleo desde el año anterior. Al quedarse solo se mudó a la casa de huéspedes de Carmita Miyares Mantilla, viuda desde hacía poco. Cinco años mayor que él, así encontró un padre para sus hijos huérfanos, el mayor aprendiz de bribón; y Martí el hogar que nunca había tenido, aunque con más de chimenea y jardín que de lecho y dormitorio.

Pasó el tiempo. Martí se quejaba: ''Carmen se detiene por ver si con su alejamiento me fuerza a ir a Cuba, y donde detiene a mi hijo''. En Nueva York empezaron las murmuraciones: dijo un testigo de la época: ''Era a la sazón comidilla y tema obligado en la intimidad de las familias cubanas los amores de Martí''. Le encubrían la relación los amigos; los enemigos se la censuraban. Era entonces el adulterio una mancha en el amante, un pecado mayor en la mujer y un bochorno para la familia, y un delito.

Martí vivió en la casa de Carmita hasta que en 1895 se fue a la guerra de Cuba. En 1891 tuvo la visita de la mujer y el hijo, pero a los dos meses, escondidos de Martí, regresaron a La Habana: debió llegarle a Carmen el rumor de aquella relación y descubrir sus huellas en los Versos sencillos, que se iban a publicar: ``Yo visitaré anhelante / Los rincones donde a solas / Estuvimos yo y mi amante / Retozando con las olas''.

El testimonio más vivo de los amores de Martí y Carmita lo dejó Fermín Valdés Domínguez, desde la infancia amigo de Martí, aunque no siempre digno de crédito; escribió en su Diario de soldado: ``No permito que nadie quiera manchar la vida pura y casta y limpia de Martí diciendo que por una querida abandonó a su esposa. La esposa egoísta y vil fue la que llevó al hogar el veneno la que le arrebató a su hijo, y cuando él se quedó solo y enfermo y pobre no tuvo más consuelo que aquella santa que tuvo para él todos los cariños, que fue su madre y su hermana. No fue pues Carmita, una querida, fue un ángel que Dios puso en su camino para sostener y dar vida a aquel genio que sin ella no hubiera podido vivir''.

Muerto el héroe creció la conspiración del silencio, más por la calumnia de que Martí era el padre de la hija menor de Carmita. Cuanto podía revelar el secreto fue destruido. Por disposición de Martí habían ido a manos de ella sus papeles. Sólo se salvó una frase amorosa: en carta recién descubierta en los Archivos Militares de España, le decía al despedirse: ''Para usted toda la vida de quien no lo olvida un momento''. Camino a Cuba le había escrito Martí a una de las hijas de Carmita, que lo adoraban: ``Quiere mucho a tu madre, que no he conocido en este mundo mujer mejor. No puedo, ni podré nunca, pensar en ella sin conmoverme, y ver más clara y hermosa la vida''.

Más que como un simple trato sexual, la amistad amorosa puede entenderse como hija de la gratitud y del infortunio, si se tiene en cuenta un verso de Martí como pensando en ella: ``No sepas, ay no sepas / Que no aplacas mi sed, pero tu seno / Es sólo de ampararme digno''.

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