viernes, 19 de enero de 2007

Leer a José Martí .

18 de Enero, 2007

Por: Rolando López del Amo

Cubarte.- Es en el idioma que irrumpió literariamente, mesteres aparte, con el poema del Cid y alcanzó expresión madura, abarcadora y paradigmática con Cervantes, que tiene su raíz el vínculo de ideas, conocimientos, experiencias y sentimientos que conforman lo hispanoamericano, tronco común a ramas diversas de una comunidad que se complace en la identidad prístina heredada.

José Martí fue un defensor de esa identidad, que debe verse como algo en permanente desarrollo, en el que los pueblos, que son los máximos creadores, interactúan conservando y renovando, como es ley de la vida, su patrimonio propio, en conjunción con el de los demás pueblos de otro origen. Dentro de un concepto integrador de la humanidad toda, Martí fue también un defensor de la diversidad cultural para un mundo equitativo y no hegemónico. Para él, la única hegemonía aceptable era la del bien.

Fue Martí gran admirador de Cervantes y consideraba su importancia para la lengua española como la de Shakespeare para el inglés, Dante para el italiano o Lutero para el alemán. Con su coterráneo y contemporáneo Enrique José Varona, Martí consideró a Cervantes como “aquel temprano amigo del hombre que vivió en tiempos aciagos para la libertad y el decoro, y con la dulce tristeza del genio prefirió la vida entre los humildes al adelanto cortesano, y es a la vez deleite de las letras y uno de los caracteres más bellos de la historia”.

Sobre el genial hidalgo manchego al que Cervantes dio vida y movió en un paisaje geográfico y humano que, tres siglos después, Azorín sentía como contemporáneo de tan arraigado en lo esencial de aquella realidad, Martí escribe estas palabras de añoranza y admiración:” El héroe de la Mancha cruzó los desolados llanos con la lanza bajo el brazo, el yelmo sobre la cabeza, y las manos con guantelete, en busca de injusticias para remediarlas; de viudas para defenderlas; y de desventurados para ayudarlos” Y esto lo escribía un hombre que creía que el egoísmo era la mancha del mundo y el desinterés su sol y que nadie puede estar tranquilo mientras haya una injusticia que reparar y que “hombre es más que ser torpemente vivo: es entender una misión, ennoblecerla y cumplirla”.

Porque esa sed de justicia y ese compromiso con el bien del personaje de Cervantes viven en Martí como divisa suprema, sólo que el cubano no dejará de cabalgar su Rocinante, sino que morirá sobre él, en medio del combate, porque la razón tiene que entrar en la caballería para que la respeten los hombres de acción y puedan ser conducidos por ella.

Cuba debe a Martí la forja ideológica de la nación que es Él unió todo lo que había que unir bajo la divisa de amar y fundar. Él dijo que odiar no era bueno. Y aun la necesaria guerra libertadora que organizó, la previó breve y generosa, para crear después una República para el bien de todos, incluyendo a los coyunturales enemigos, pues de lo que se trataba era de eliminar sistemas injustos y reemplazarlos por un accionar democrático en el que hombres y mujeres, de pieles, orígenes y credos distintos, encontraran en la obra común de trabajo y solidaridad, la vida culta y próspera que la inteligencia humana es capaz de lograr cuando las fuerzas de construcción vencen a las de destrucción.

Para Martí, la Patria era la parte de la Humanidad en la que le había tocado nacer, y al trabajar por ella, lo hacía también por el todo restante. Más allá de cubano o antillano, se sintió hispanoamericano, hijo de lo que llamó Nuestra América, la que va del Río Bravo a la Patagonia, para diferenciarla de la América del Norte, de otro origen y composición. El se sintió heredero del ideal bolivariano y a los niños de Nuestra América les contó del viajero que llegó un día a Caracas y sin sacudirse el polvo del camino, no preguntó dónde se comía o dónde se dormía, sino donde quedaba la estatua de Bolívar, porque todos los americanos deben querer a Bolívar como a un padre. Martí se proclamaba hijo de América y decía también que todo hijo de Nuestra América era cubano. La lucha por la independencia de Cuba y de Puerto Rico debía completar la emancipación americana y prevenir la expansión de los EEUU hacia el sur y contribuir así al equilibrio del mundo.

La paz mundial era un anhelo para Martí quien consideraba que la guerra, que antes era el primero de los recursos, hoy era el último y en el futuro sería un crimen.

La sociedad debía tener como ley primera el respeto a la dignidad plena del hombre y los productos del trabajo debían distribuirse con equidad para eliminar la pobreza. Todos debían trabajar, porque se tiene el deber de ser útil a los demás.

La identidad humana era una más allá de etnias, lenguajes, religiones, geografías. Hombre apasionado por la ciencia creía que esta debía estar al servicio del hombre.

La educación y la cultura tenían un alto deber formador, pues no se trata sólo de adquirir conocimientos, sino de afinar los sentimientos.

Para los niños escribió estas palabras:

“Las cosas buenas se deben hacer sin llamar al universo para que lo vea a uno pasar. Se es bueno porque sí; y porque allá adentro se siente como un gusto cuando se ha hecho un bien, o se ha dicho algo útil a los demás. Eso es mejor que ser príncipe: ser útil”.

Él pensaba que los padres buenos eran los que creían que todos los niños eran sus hijos, los niños todos del mundo y soñaba con un futuro en el que fueran buenos todos los hombres, con una vida de mucha dicha y claridad en la que hubiera un gusto de vivir queriéndose todos como hermanos.

Hombre de tan nobles ideas es siempre un amigo querido y necesario, en realidad, un amigo imprescindible después que se le conoce. Y sobre todo, cuando se sabe, que a la defensa de esas ideas dedicó su vida toda.

Los que se inician en la lectura de la obra martiana, han de tener en cuenta que ella está dispersa en artículos periodísticos, cartas, discursos, diarios, cuadernos de apuntes, revista para niños, además de los poemas, la novela y algunas obras de teatro, pero que vale la pena no desmayar, porque cada hallazgo será una recompensa.

El estilo literario de Martí inició corriente nueva en la literatura hispanoamericana con la publicación de “Ismaelillo”, libro de versos dedicado a su hijo. Pero más que los “endecasílabos hirsutos” de sus “Versos Libres” o el sabor a romancero español de sus “Versos Sencillos”, o su prosa de grandes períodos sonoros y ornamentados que caen como aguas desde la altura de una montaña para resumirse luego en oración sentenciosa de sencillez clásica, que muchas veces se convierte en aforismo, o los sintéticos apuntes de sus diarios, lo que conmueve es el pensamiento noble, el sentimiento puro que invita a cada cual a esforzarse por alcanzar lo mejor de sí mismo como parte del esfuerzo para que todos se eleven a su mayor altura.

Con Martí se siente la magia del Universo, se vive la epopeya del hombre en su historia conocida, se comprende que Dios existe en la idea del bien, que todos los pícaros son tontos, que sobre la Tierra no hay más que un poder definitivo: la inteligencia humana; que el triunfo es de los que se sacrifican y que la muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida.

Fuente: CUBARTE

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