jueves, 3 de febrero de 2022

Martí: luz de estrellas

Narciso Fernández Ramírez
27 Enero 2022
narciso@vanguardia.cu

Homenaje al Héroe Nacional cubano, en vísperas del aniversario 169 de su natalicio, ocurrido en La Habana, el 28 de enero de 1853.

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Retrato de Martí del artista de la plástica villaclareño Mario Fabelo Estrada.

«Yo abrazo a todos los que saben amar. Yo traigo la estrella, y traigo la paloma, en mi corazón»

José Martí

¿Pudo José Martí entender mejor a su padre y cuidar más a doña Leonor? ¿Pudo conservar a su lado a Carmen, su esposa, y a su José Francisco del alma, el Ismaelillo de los conocidos versos? ¿Pudo, con su vasta inteligencia, llevar una vida más plácida y acomodada?

Sí, pero todo lo apostó a un bien mayor: a Cuba y a su independencia. A ese ideal dedicó sus energías desde los 16 años, sin arrepentimientos, sin miedos, pero con mucho sufrimiento.

No había cumplido los 17 y era ya el preso 113 de las canteras de San Lázaro, cuyos grilletes lo marcarían para siempre el cuerpo y el alma, y lo harían operarse varias veces en la vida.

El exilio español, la patria de sus ancestros, le permitió ampliar el estrecho horizonte insular. Allí cursó estudios universitarios y conoció por vez primera el amor, ese sentimiento que siempre latió fuerte en su pecho.

En México y Guatemala supo del indio. Se hizo maestro y se casó con una bella camagüeyana de familia ilustre, no sin antes dejar encantada y enamoradísima de su gallarda juventud a la joven María García Granados, la niña de Guatemala de los inmortales versos, esa que dicen murió de frío, pero él sabía que había sido de amor.

La breve estancia en Cuba, en 1879, permitió que su José Francisco naciera en La Habana, como cubano, tal y como quiso.

Luego vendrían sus 15 años más creativos, los cuales vivió en los Estados Unidos desde el 3 de enero de 1880 hasta el 29 del propio mes de 1895. Luego, emprendió su paso por Montecristi, en República Dominicana; su regreso a Cuba por Playitas de Cajobabo y su muerte, de cara al sol, con apenas 42 años cumplidos.

Fue Martí un hombre de luz, con una ética de servicio inmaculada. Esa que le permitió darse a los demás, sin más recompensa, tal y como le escribió en carta al General Gómez, que «la ingratitud probable de los hombres».

Supo de traiciones, como la de La Fernandina, en enero de 1895, y de envenenamientos, como aquel que le quebrantó aún más la salud del cuerpo, pero no la del alma, pues perdonó al presunto asesino y lo hizo volver al camino de la honra.

En las pocas fiestas a las que asistió, cuenta Blanchie Zacharie de Baralt, invitaba a bailar a las menos agraciadas, y al preguntársele el porqué, decía con humildad: «Porque a esas nadie las saca a bailar»

Para Martí la patria era ara, no pedestal: «No hay hombre sin patria, ni patria sin libertad», sentenció.

Sabía que con la independencia de Cuba se le pondría freno a la expansión yanqui sobre nuestras tierras de América y estaba convencido de que por Cuba iba «a cuajar la independencia de América».

Amó, amó mucho. Tanto a la mujer como a la patria, y sacrificó el primer amor por el segundo: «Yo siento en mí una viva necesidad, un potente deseo, una voluntad indomable de querer; yo vivo para amar; yo muero de amores».

Como político, Fidel lo catalogó como el más genial y universal de los cubanos. Como hombre, no supo de cobardías, y dispuesto estuvo a probar sus verdades en el campo del honor si fuera menester, como en su polémica con el patriota Enrique Collazo, a quien le dijo que era tan hombre que no cabía en los calzones, y a la prueba, sentenció:

«De Cuba ¿que no habré escrito?: y ni una página me parece digna de ella: sólo lo que vamos a hacer me parece digno».

Hoy, esa entereza de pensamiento y acción nos hace mucha falta. Martí vivirá si somos consecuentes con su pensamiento y modos de querer y amar a Cuba. De lo contrario, solo sería mármol y piedra.

Honrémoslo siendo fiel a su legado de eticidad y praxis revolucionaria. Solo hay un modo de acercarse a Martí, y es siendo martianos de corazón y alma.

A eso aspiramos todos.

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Tomado de: Vanguardia.cu

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