Por: Gustavo Zelaya Herrera
enero 30, 2023
La situación actual con sus relaciones mercantiles, sus prácticas consumistas y las guerras desatadas por los grandes poderes; hace creer que no hay lugar para el humanismo y que la realidad es un proceso de competencia contra otras personas; provocando exclusiones sociales y aislamiento de aspectos esenciales de la existencia como la cultura, la política, la ciencia y la participación en luchas populares que dignifican la vida.
Pero aquí estamos conmemorando 170 años del nacimiento de José Martí, el humanista por excelencia que murió cara al sol y su vigencia sigue creciendo. Muchos pretenden separar su aspecto literario y poético de su accionar político. Pero Martí pudo ir más allá de las tesis del arte y la política tradicional y forjar una concepción que superó esas influencias para enlazarlas con la necesidad de construir un Estado justo y una cultura como base de la identidad nacional.
Lo fundamental de su práctica fue crear su obra más significativa: la organización del Partido Revolucionario para realizar la independencia; es su tarea más eficaz en donde sintetiza propuestas éticas y estéticas con programas políticos y las aspiraciones más elevadas de su pueblo. Se dio cuenta que la vida es compleja y contradictoria y que desde ella es posible la unidad entre arte y política como partes de la lucha del pueblo para defender el mestizaje cultural, combatir al colonialismo, la dependencia y edificar el sentimiento antimperialista.
Martí fue construyendo sus ideas alrededor de tres aspectos: la dignidad del ser humano, la lucha independentista y la crítica a la política entreguista; son aspectos inseparables del forjador de literatura, del organizador del partido político, del que participa y entrega su vida en la construcción de una República pensada no sólo como forma de gobierno sino como sistema social que se edifica según las exigencias de la época y poniendo a la persona humana como fundamento del Estado; de lo que llamó “la patria una, cordial y sagaz”, en donde cada persona protegerá la dignidad de todos y no permitirá el desprecio a la tierra en donde ha nacido.
En la circunstancia en donde Martí fue construyendo sus ideas podemos afirmar que nuestra Honduras dejó algunas huellas en la formación de esa primera lucha independentista; Martí fue creando una red de comunicación a través del periodismo y una correspondencia en donde analizaba las circunstancias de Centro América y específicamente de Honduras; es aquí, entre 1876 y 1884 en donde se instaló el Campamento Mambí, algunos de sus miembros fueron Tomás Estrada Palma, Antonio Maceo, José Joaquín Palma, Eusebio Hernández, Carlos Roloff, Flor Crombet y Máximo Gómez quien, junto a Maceo, fueron los principales jefes militares de la primera independencia cubana. Desde aquí conspiraron, se organizaron y discutieron sobre la posibilidad de reiniciar la lucha armada y continuar con el proceso emancipatorio.
En medio de esos debates Martí fue construyendo una de las nociones más constantes en sus escritos como es la idea de libertad. No como concepto absoluto sino como construcción que se levanta desde la realidad material que incluye valores y cultura; un proceso inacabado que, según Martí, eran “nacidos de grandes miedos, o de grandes esperanzas, o de indómito amor de libertad, o de amor doloroso a la hermosura, como riachuelo de oro natural, que va entre arena y aguas turbias y raíces, o como hierro caldeado, que silba y chispea, o como surtidores candentes”. Una libertad incompatible con la tradición caudillista y con el estilo de conducción política que produce “jefaturas espontáneas” y “camarillas de grupo”. Por ello, el 20 de julio de 1882, en una carta le dice a Máximo Gómez que “Nuestro país abunda en gente de pensamiento, y es necesario enseñarles que la revolución no es ya un mero estallido de decoro, ni la satisfacción de una costumbre de pelear y mandar, sino una obra detallada y previsora de pensamiento”.
1884 fue un año muy importante: en la ciudad de San Pedro Sula Gómez redactó las líneas principales del documento “La Independencia Número Uno” conocido como Plan Gómez-Maceo, fue uno de los componentes principales del Manifiesto de Montecristi, que firmado por Martí y otros patriotas, sería el programa de la revolución de 1895.
Esa Centroamérica contribuyó a fortalecer sus ideas en países que habían sido colonizados por España; en el ensayo “Los desórdenes de las Repúblicas de América Central” sostuvo que la colonia hizo de estos países “baluartes para los monjes, -y lugares de colocación para sus nobles ociosos… la independencia, proclamada con la ayuda de las autoridades españolas, no fue más que nominal…no alteró la esencia de los pueblos, la pereza, la indolencia, el fanatismo religioso, los pequeños rencores de las ciudades vecinas:- solo la forma fue alterada”. Esa experiencia fue muy valiosa para su propuesta sobre la libertad y la República concebida como algo más que una organización política: debían cambiarse tanto la esencia material y espiritual como las formas políticas de convivencia y gobierno para generar una sociedad diferente que supere el caudillismo, el autoritarismo y la dependencia.
Esa Republica sin exclusiones dignificaría la condición humana y seria resultado de la libertad conquistada con el esfuerzo del pueblo “para la república verdadera, los que por nuestra pasión por el derecho y por nuestro hábito del trabajo sabremos mantenerla; alcémonos para darles tumba a los héroes cuyo espíritu vaga por el mundo avergonzado y solitario; ¡alcémonos para que algún día tengan tumba nuestros hijos! Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: «Con todos, y para el bien de todos».
En datos de la época Martí menciona al entonces rector de la Universidad Central como “el caballero de la palabra, ancho de corazón como de mente, el Señor Adolfo Zúñiga”. Del gobernante hondureño dijo: “Cuando entramos en el descanso necesario, allá por 1878, el mundo se puso oscuro para mucho hombre valiente, y mucho peleador salió a la mar sin más ropa que la que llevaba de limosna, ni más baúl que su amargura: ¿adónde asilar la mujer que con sus manos de amor curó tantos heridos, y en el silencio del bosque oyó sin miedo al fuego de donde podía volverle muerto el esposo? ¿Dónde, en las tierras extrañas, hallar trabajo con que dar pan a los hijos, a los hijos nacidos en campaña del amor imperecedero de los hombres que sabían morir, y de las mujeres que sabían amarlos? …Así andaban los héroes por la tierra, y un hombre amigo abrió, muy anchos, sus brazos de presidente, y acogió en ellos a los americanos infortunados. Fue Marco Aurelio Soto, que presidía entonces a Honduras…No tiene Soto, sin embargo, afecto más seguro que su propia tierra, ni familia más leal, que la que, rico o pobre, presidente o no, le guardan, creciendo con el tiempo, los cubanos agradecidos” .
En 1894 afirmó que “La fama de la riqueza de Honduras cunde notablemente en los Estados Unidos…tal vez es hoy Honduras el país americano que más estudian y en el que más confían los capitalistas norteamericanos, y a la verdad tienen razón: las minas de su suelo montuoso, los ganados extensos de sus llanos, sus ópalos y sus mármoles, sus fibras, todo a flor de tierra y como pidiendo el trabajo del hombre…hay mucho más sentido de lo que se piensa, y los pueblos que pasan por menores; y lo son en territorio o habitantes más que en propósito y juicio,–van salvándose a timón seguro de la mala sangre de la colonia de ayer y de la dependencia y servidumbre a que los empezaba a llevar, por equivocado amor a formas ajenas y superficiales de república, un concepto falso, y criminal, de americanismo. Lo que el americanismo sano pide es que cada pueblo de América se desenvuelva con el albedrío y propio ejercicio necesarios a la salud, aunque al cruzar el río se moje la ropa y al subir tropiece, sin dañarle la libertad a ningún otro pueblo, –que es puerta por donde los demás entrarán a dañarle la suya, –ni permitir que con la cubierta del negocio o cualquiera otra lo apague y cope un pueblo voraz e irreverente”.
Ese afecto y admiración no le impedían cuestionar la situación hondureña, decía: “Ha habido en Honduras revoluciones nacidas de conflictos más o menos visibles entre los enamorados de un estado político superior al que naturalmente produce el estado social, y los apetitos feudales que de manera natural se encienden en países que, a pesar de la capital universitaria enclavada en ellos, son todavía patriarcales y rudimentarios…De tiempo atrás venía apenando a los observadores americanos la imprudente facilidad con que Honduras, por sinrazón visible más confiada en los extraños que en los propios, se abrió a la gente rubia que con la fama de progreso le iba del Norte a obtener allí, a todo por nada, las empresas pingues que en su tierra les escasean o se les cierran. Todo trabajador es santo y cada productor es una raíz; y al que traiga trabajo útil y cariño, venga de tierra fría o caliente, se le ha de abrir hueco ancho, como a un árbol nuevo; pero con el pretexto del trabajo, y la simpatía del americanismo, no han de venir a sentársenos sobre la tierra, sin dinero en la bolsa ni amistad en el corazón, los buscavidas y los ladrones”.
100 años después de su muerte, José Martí surgió más vivo que nunca como autor intelectual del asalto al Cuartel Moncada, el inicio de la segunda independencia de América. Renace, entonces, como el creador de un arte al servicio de la revolución, fundido con la lucha popular y con productos artísticos de gran nivel. La herencia martiana es tan potente y va más allá que el uso selectivo de algunas frases, se expresa en los logros culturales de la revolución cubana anticipados por Martí cuando afirmó que “Un pueblo de hombre educados será siempre un pueblo de hombres libres”
Conociendo la obra de Martí es que podemos entender la conducta de los educadores cubanos en los países pobres de América y África; la extensión de sus programas deportivos, el papel de los médicos por todo el mundo y no por una mera beneficencia sino por la solidaridad gestada por Martí y potenciada por la Revolución; son reconocidos niveles culturales no solo de los cubanos, sino que son compartidos con gran parte de los “pobres de la tierra”.
El 14 de abril de 1889 se realizó la conferencia continental en Washington que dio paso a la Unión Panamericana y se declaró el Día de las Américas, dando lugar a un sistema político controlado por los Estados Unidos. Uno de los fines de ese evento consistía en potenciar las relaciones comerciales del país del norte y debilitar la influencia europea y sobre esto decía Martí:
“De la tiranía de España supo salvarse la América española; y ahora, después de ver con ojos judiciales los antecedentes, causas y factores del convite, urge decir, porque es la verdad, que ha llegado para la América española la hora de declarar su segunda independencia”.
Tomado de: Criterio.hn
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