martes, 16 de febrero de 2021

Honradez y Revolución en José Martí

Por IBRAHIM HIDALGO PAZ (*)
Publicado el 11 Febrero, 2021
por Victor Manuel González

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Para Martí la honradez es un principio ético inviolable, orientador y guía de la Revolución - (Foto: AUTOR NO IDENTIFICADO)

José Martí concibió la honradez como un principio ético inviolable, orientador de la política en cualquier circunstancia, guía de la Revolución: “estamos fundando una república honrada, y podemos y debemos dar el ejemplo de la más rigurosa transparencia y economía” (Epistolario, t. III, p. 273). Consecuente con este criterio, vivía y procedía “con la transparencia y la humildad de los apóstoles” (Epistolario, t. III, p. 278), pues sabía que los pueblos siguen a quienes corren su suerte, padecen sus carencias, sufren sus reveses y comparten sus alegrías. Por ello combatió todo cuanto puede descomponer desde dentro el entramado social, y con firmeza expuso: “a nuestras almas, desinteresadas y sinceras […] no llegará jamás la corrupción!” (Obras Completas, t. 4, p. 231). Y advirtió: “¡Cuánto cómplice encuentra la tiranía en la corrupción, en la ambición y en el miedo!” (Epistolario, t. IV, p. 107).

Su capacidad de previsión, y el conocimiento de los riesgos en la futura República, le permitieron afirmar que sus deudas de agradecimiento no las olvidaría nunca, “pero consideraría un robo pagar estas deudas privadas con los caudales públicos, y envilecer el carácter de los empleos de la nación hasta convertirlos en agencias del poder personal, y en paga de servicios propios con dinero ajeno” (Obras Completas, t. 21, p. 408). Los intereses de persona alguna nunca han de estar por sobre los de la nación.

La confianza de los pueblos no se alcanza con muestras de modos de vida y actitudes alejadas del proyecto fundacional de una sociedad nueva. Esta solo puede lograrse con la transformación profunda de los hábitos, las costumbres, la mentalidad, la cultura del sistema al que se pretende poner fin. Martí consideraba que un pueblo no es independiente solo cuando se libra de las cadenas de sus amos, sino cuando logra arrancar de su ser los vicios de antaño, y “alza e informa conceptos de vida radicalmente opuestos a las costumbres de servilismo pasado” (Obras Completas, t. 6, p. 209).

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Las recaudaciones provenían en primer lugar de los trabajadores, principalmente de los tabaqueros que laboraban en diversas fábricas de la emigración - (Foto: AUTOR NO IDENTIFICADO)

En los Estatutos Secretos del Partido Revolucionario Cubano –aprobados, junto con las Bases, el 5 de enero de 1892– se estipulaban procedimientos para garantizar a cada asociación de base la custodia de los fondos recaudados mediante las cuotas fijadas en los clubes y otros medios posibles, divididos en los de guerra y de acción.

Además, el Tesorero del Partido, al igual que el Delegado, debía rendir cuenta anual de los recursos recibidos y su empleo. Este procedimiento fue introducido por el Apóstol con la finalidad de obtener “la confianza en los medios nuevos que se habían de emplear, puesto que del empleo de los antiguos nacieron miedos y peligros graves, siempre menores que la grandeza que habrá de sofocarlos” (Obras Completas, t. 1, p. 424).

Las recaudaciones provendrían en primer lugar de los trabajadores, principalmente de los tabaqueros que laboraban en diversas fábricas de la emigración, quienes aportaban cantidades reducidas, pero constantes, lo cual destacó el Delegado con estas palabras: “con sumas relativamente pequeñas pueden prestarse servicios extraordinarios” (Obras Completas, t. 1, p. 424).

No obstante, también se dirigió a algunos “cubanos acaudalados” (Epistolario, t. III, p. 302), pero solo al sector que había dado muestras de patriotismo desinteresado. Se mantenían inconmovibles los principios de honradez y dignidad.

Las sumas recaudadas, en su totalidad, serían empleadas estrictamente “en armas, pertrechos, barcos y atenciones expedicionarias”, y en cada caso se comprobaría la veracidad del gasto, de lo cual se daría cuenta a quienes aportaban los fondos.

La puesta en práctica de estos principios, aplicados para todos los casos, logró el aumento de las recaudaciones en proporción directa al grado de confianza de los afiliados a los clubes del Partido en la honestidad de sus dirigentes, como se aprecia en la declaración de la secretaria del Mercedes Varona: “En el seno del Partido Revolucionario Cubano no hay explotados ni explotadores”, sino personas ligadas por sentimientos y aspiraciones comunes que trabajan “para dar el fruto de sus economías […] al logro de la redención de Cuba y Puerto Rico”.

Idea semejante fue ratificada en otro artículo publicado en Patria el propio 1º de noviembre de 1892, donde se aseguraba que entre los miles de afiliados “no se encuentra un solo parásito” ni “uno solo que viva del partido”, sino que “viven para la causa”.

Un político verdaderamente consagrado a su pueblo, convencido de su misión de servir a este, sin aspiraciones de poder absoluto u obediencia irracional, ni de enriquecimiento personal, entendía que “la base de la república de mañana […] está en la responsabilidad y publicidad de los actos de los Delegados del pueblo” (Epistolario, t. III, p. 322).

De tal modo procedía quien no medraba a costa de la patria, sino se empeñaba en el engrandecimiento de esta, solo posible mediante la emancipación humana, gestada en medio del respeto a los derechos de cada ciudadano: “Así se funda la república. Yo no le tengo miedo a nuestra República” (Epistolario, t. III, p. 301).

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Subrayaría en la prensa patriótica que la guerra necesaria era de pueblo, y no de persona, pues ni Martí ni ningún otro cubano buscaba la gloria - (Foto: AUTOR NO IDENTIFICADO)

Otros podrían alarmarse ante el juicio de sus compatriotas, pero no quien levantaba día a día cada elemento que posibilitaba la formación y las prácticas democráticas, para el presente y el futuro de la nación. De lo poco que escribió en su propia defensa, se halla una breve nota aparecida en Patria: “Esta es guerra de pueblo, y no de persona […] Ni Martí, ni ningún otro cubano, buscará la gloria, mera espuma de la virtud, en planes insuficientes para la patria que adora” (Obras Completas, t. 28, p. 310).

Y alegó: “Es de uso entre los necios temer un poco las cosas grandes”, pues solo ven la virtud en sí mismos “y niegan, con sincera imbecilidad, el amor, o el desinterés, o el heroísmo” (Obras Completas, t. 5, p. 324).

Desde los meses finales de 1894 se desplegaba una nueva campaña difamatoria contra José Martí, en los momentos en que era inminente el inicio de la guerra. El grado de indignación del Apóstol puede constatarse en un artículo donde aseveró, a pesar de su oposición a la pena máxima: “Acaso es el único delito que justifique, por la extensión del mal, la pena de muerte: el de deshonrar, o perturbar, las fuerzas útiles al rescate y purificación del pueblo en que nacimos” (Obras Completas, t. 3, p. 401).

La escasez de dinero era sabida, pero Martí confiaba en el incremento de las contribuciones como resultado de la labor de convencimiento y persuasión realizada durante años en las emigraciones mediante todos los medios a su alcance –discursos, artículos, documentos oficiales, cartas, diálogos con los miembros de los clubes, conversaciones personales–; y por un valioso elemento cuyo significado práctico y simbólico impactaba a sus contemporáneos: el ejemplo personal de austeridad y de honradez.

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Las sumas recaudadas serían empleadas estrictamente “en armas, pertrechos, barcos y atenciones expedicionarias” - (Foto: AUTOR NO IDENTIFICADO)

Aquel hombre que recibía cientos y a veces miles de pesos mensualmente, en muchas ocasiones sin mediar recibos o vales –que luego emitía la Tesorería–, vivía con una modestia rayana en la pobreza, carecía de propiedades y dedicaba todo su tiempo a organizar las vías para alcanzar la independencia de su patria y la felicidad de su pueblo.

Con su vida cotidiana como argumento ante los que pretendían enriquecerse a costa de la nación, aspiraba al mejoramiento humano, a la potenciación de lo mejor del ciudadano, lo que solo puede alcanzarse mediante “el pleno goce individual de los derechos legítimos del hombre” (Obras Completas, t. 3, p. 139), con lo que se fortalece la patria frente a quienes solo aspiran a sustituir a los mandatarios hispanos, a continuar la mala tradición de despreciar las necesidades y opiniones de las mayorías, y a generalizar la desconfianza paralizante desde posiciones autocráticas y dogmáticas.

La democracia y la honradez eran las garantías de la Revolución que debía llevar a cabo el pueblo cubano. Para esto pensaba y actuaba José Martí.

(*) Doctor en Ciencias Históricas. Investigador del Centro de Estudios Martianos. Autor, entre otros libros, de José Martí. Cronología 1853-1895 (1992); El Partido Revolucionario en la Isla (1992); y Cuba 1895-1898. Contradicciones y disoluciones (1999).

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Fuentes consultadas:

Obras Completas de José Martí (Imprenta Nacional de Cuba-Editorial de Ciencias Sociales 1963-1973) y José Martí. Epistolario. (Compilación de Luis García Pascual y Enrique Moreno Pla).

Tomado de: Revista Bohemia

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