Por Pedro Pablo Rodríguez
La Habana, 7 feb (Prensa Latina)
Quienes no conozcan a José Martí, ante este título pensarán que se trató de un militar, quizás hasta de un alto jefe, como lo fueron tantos patriotas de las guerras de independencia hispanoamericana.
Los que hayan leído sus escritos se preguntarán: '¿Hombre de guerra el prosista de maravillas, el poeta, el que en sus versos ofreció la rosa blanca lo mismo para el amigo sincero que para el cruel que le arranca el corazón?
Pues en verdad, la guerra rodeó siempre la vida y los actos de aquel cubano que murió en su primer combate. A los quince años entregó su alma a la gesta por la independencia de su patria y escribió un poema, cuya estrofa final dice: 'Gracias a Dios que áal fin con entereza/ Rompe Cuba el dogal que la oprimía/ Y altiva y libre yergue su cabeza!'.
Su título, á10 de Octubre!, expresa su adhesión a quienes ese día de 1868 se alzaron en armas para liberar a la patria del colonialismo español. Aquella contienda duró diez años y esa aprobación la pagó el jovencito poco después con los meses de duro castigo a trabajos forzados en las canteras y posteriormente con la deportación a la metrópoli. A la contienda se quiso unir desde México en una expedición que nunca pudo salir.
De ningún modo cejó en su convencimiento de que solo mediante la guerra sería Cuba libre. A su regreso a la isla en 1878, tras la paz sin independencia ni abolición de la esclavitud, comenzó de inmediato a conspirar para reiniciar el combate armado. Detenido y deportado nuevamente, escapó a Nueva York y acató el mando del general Calixto García, el jefe de la Guerra Chiquita, que duró nada más que once meses.
Allá acumuló experiencias y conocimientos, sin aceptar jamás salida alguna para la patria que significase la subordinación a España, y cuando comprendió que tomaba cuerpo la ambición estadounidense por Cuba y el resto del continente, fundó el Partido Revolucionario Cubano con el fin de impulsar la tercera gran batalla liberadora.
Una y otra vez insistió en que la guerra era imprescindible, necesaria decía, porque la metrópoli no dejaba otra salida. Pero la concibió y la organizó con principios y objetivos diferentes a los que solían justificar entonces tales enfrentamientos.
Sería una conflagración de amor y no de odios, de unión entre todos los cubanos más allá del color de su piel, sin localismos, nunca para una casta superior; para crear una república nueva, de paz y trabajo, que no fuese para disfrute de una minoría privilegiada, sino para dar justicia a las mayorías postergadas, que trabajase para concordar a los pueblos de Nuestra América en la defensa de sus soberanías, que auxiliase a la independencia de Puerto Rico, que contribuyese a un equilibrio en el Continente y en el mundo.
Esa Guerra de Independencia, como se le ha nombrado, debería ser contra el colonialismo y, a la vez, el primer enfrentamiento contra el despliegue del imperialismo naciente en Estados Unidos. Por eso Martí dijo que cuando caía en Cuba un guerrero de la independencia lo hacía 'por el bien mayor del hombre'. Tal fue el programa revolucionario enarbolado con las insurrecciones del 24 de febrero de 1895.Y armado con estas ideas, José Martí desembarcó en Cuba. Estuvo apenas cincos semanas en su país, en la guerra que había convocado trasmitiendo sus convicciones, dichas y escritas antes una y otra vez en las emigraciones.
En junta de jefes, a propuesta del General en Jefe del Ejército Libertador, Máximo Gómez, se le otorgó el grado de general. Por eso murió el 19 de mayo de 1895 ante las balas enemigas el hombre que dio cabida en su ideal de república futura hasta a los españoles que le disparaban. Aquella fue la contienda de Martí, un hombre de la tribuna, de las letras, del pensamiento, del amor y de la guerra de servicio humano.
jpm/ppr
(Tomado de Cuba Internacional 470)
Tomado de: Prensa Latina
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