26 Enero 2021 14:01:40
Antonio Pillo-Alonso
José Martí, el hombre inspirador de valores patrios existenciales, el luchador que demostró cuantos matices posee el honor cuando la proa de la dignidad se extiende hacia la verdadera cubanía, el ser concreto que dialogó junto a lo universal y luego se despidió de lo biológico cuando aún no era tiempo de descender de aquella cima colmada de ideales. Nuestro Martí no deja de sorprendernos y continúa abriendo páginas en las generaciones del tiempo para brindar la oportunidad de atesorar sus conocimientos.
Tal vez fue el primer cubano que denunciara la presencia de la mafia en suelo estadounidense, si es que existen otros registros. Quizás fuese el primero de nosotros que la expusiera como la sociedad criminal que arribó a Estados Unidos de Norteamérica en los mismos barcos insalubres y saturados en que la emigración italiana comenzó a desembarcar a partir de la mitad del siglo XIX. Pero sin duda fue uno de los pioneros del mundo en abordar públicamente la problemática de lo organizado del crimen, en fecha tan lejana como marzo del año 1891, y no lo hizo en doctrina, pero tampoco entre líneas.
José Martí, el periodista, en su artículo El asesinato de los Italianos publicado el 20 de mayo de 1891 en el periódico La Nación, de Buenos Aires, describe el paisaje sombrío de la emigración en la ciudad de New Orleans, Luisiana, el gesto terrible y atávico de supremacistas norteamericanos durante la masacre de un grupo de sicilianos absueltos por sentencia de un Tribunal y de pronto, sensacionalmente, incursiona en el tema del Crimen Organizado que en aquella época no era subestimado sino simplemente desconocido.
Su reseña relata cómo luego del homicidio del jefe de la policía de dicha ciudad colonial en octubre de 1890, un pequeño grupo de políticos norteños aprovechan la circunstancia para ensangrentar los ánimos racistas y exacerbar el sentimiento antiemigrante, especialmente contra los italianos, quienes competían con efectividad en la actividad portuaria, la más lucrativa de la ciudad a orillas del Misisipi. Gracias a la complicidad del alcalde y de todo el aparato administrativo la emprenden contra un número selectivo de personas, algunos sospechosos de pertenecer a la mafia; otros, sus verdaderos rivales financieros, pero también encarcelan y procesan arbitrariamente y por mero odio a ciudadanos comunes, gente humilde e inocente, todos emigrantes italianos.
Luego del juicio, la trama culmina con un fallo absolutorio y sin finales alternativos; el propio alcalde llama a los moradores de la urbe a cumplir con la “verdadera justicia”. Cientos, sino miles de “caucásicos salen a la calle a protestar y luego irrumpen en la prisión municipal y entonces empieza la gesta étnica, un verdadero safari a la americana, linchando a los reos imputados que intentaban escapar. Vociferando “muerte a los Dagos” término peyorativo en contra de los sicilianos, pariente cercano de “nigger”, “latrino” o “chicano” y finalizan así la matanza disparando, apuñalando a los objetivos planificados y a un grupúsculo de desechables emigrantes que miraban al cielo rezando y preguntándose si valió la pena cruzar un océano por el sueño americano. Por supuesto, las acciones y el control del puerto volvieron a la cartera de los instigadores.
Pero más allá de la terrible historia está la contribución del Apóstol que supera la huella periodística. Martí denuncia la presencia de la mafia en la sociedad americana, la individualiza varias veces en el contenido de su obra, la conceptualiza como sociedad criminal, incluso enuncia su origen como (…) la rebeldía contra el Borbón (…) fórmula uno de sus atributos esenciales que es el de la violencia cuando indica (…) una escuela organizada de asesinos (…) sus sentencias y sus terribles ejecuciones políticas. Así continúa impresionando, para época tan lejana, cuando distingue la mafia de las Sectas de los “Stopaliagieri” o los “Stilettos”, todas formas asociativas importadas también al continente americano. Sin pretensiones criminológicas dibuja las formaciones familiares de varios grados parentales como núcleo o base de actividad delictivas cuando señala a los “Matrangas” y a los “Provenzanos” como los clanes que controlaban la ciudad.
Martí nunca lo sabría, pero más tarde, la organización criminal que denunciara conocida como la mafia logró expandirse, a principios del nuevo siglo XX, por las principales ciudades de Estados Unidos, convirtiéndose en la más grande y nociva entidad delictiva que operaría en dos continentes distintos, controlando y gestionando fundamentalmente el tráfico de narcóticos, el contrabando de mercancías y bebidas, la extorsión, el juego ilícito, la prostitución, entre otras; y, por supuesto, disponiendo del asesinato como la mejor y más exitosa arma persuasiva, metódica y vengativa de su arsenal, es decir, todo muy organizado.
La misma mafia siciliana que reflejó en su artículo, fue la que Salvatore Maranzano reestructuró en 1931 en la ciudad de New York, fijando territorios y dividiéndola eufemísticamente en “Familias”, y la que Charles Luciano remodeló en septiembre del mismo año, luego del asesinato de aquel autoproclamado Jefe de Jefes. Luciano, conocido como Lucky le llamó La Cosa Nostra, denominación que ha trascendido hasta nuestros días creando además el “Sindicato del Crimen” por la asociación, organización y cooperación de otros grupos étnicos del Crimen Organizado con la mafia.
La mafia que Martí abordó ya madura, multimillonaria y con otro rostro, capaz de integrarse mediante sutiles mecanismos de inteligencia económica en escenarios legítimos, estuvo presente en nuestro suelo patrio desde finales del año 1933 hasta principios de enero de 1959, asociada con empresarios cubanos en distintas empresas.
Sobre todo a partir del año 1952, sus inversores desempeñaron un rol determinante en la creación de grandes casinos para el juego en La Habana y otros lugares de Cuba. Y como si el cáncer no quisiera ceder, luego de mediados del año 1959 se asociaría con la Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA) para intentar el asesinato del líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz, quien había erradicado su presencia en la Isla.
En la actualidad, La Cosa Nostra perdura en Estados Unidos, pero ya no es la misma. Ha sido herida de muerte por leyes que condenan la pertenencia de un individuo a una sociedad criminal organizada, a cien años de cárcel. Se ha implementado el perdón y protección a testigos relevantes, incluso a delincuentes de alto rango y hasta asesinos seriales que integren sus filas. También su hegemonía se ha visto desafiada y comprometida debido a las disputas intestinas y contra otros grupos criminales. En Sicilia sí continúa siendo la reina del horror y del terrorismo doméstico matando civiles, policías y testigos, no importa ni trasciende el lado humano victimológico colateral a costa de producir ganancias. A los Fiscales y Jueces le llaman “Cadáveres Excelentes” y cualquier paz es efímera.
Así van quedando para la historia la saga de El Padrino, el carisma de Frank Sinatra y la literatura Pro Italoamericana de Mario Puzzo; en la capital cubana, aquellos hoteles y sus exquisitos espacios para los distintos juegos de la suerte, las apuestas y la exhibición del glamour criollo. Se cuentan las leyendas de Lansky , Traficante y Luciano. Pero en mi mente queda más, queda aún la emoción de preguntarme cómo José Martí, en 1891, conocía tanto de la mafia.
Tomado de: Tribuna de La Habana
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